Hace unos días, el músico británico Mike Oldfield confesó en una entrevista -realizada con motivo de su vuelta a los inicios artesanales de su arte gracias a su último trabajo Return to Ommadawn (Vuelta a Ommadawn)- que la música que se hace ahora tecnológicamente perfecta no le gusta, "porque es mentira". Y es mentira, según confesó, porque se realizan centenares de tomas de las canciones al cantante e instrumentistas de turno y, como si de un puzzle se tratara, se van cosiendo los trozos perfectos de cada una de esas tomas hasta componer una canción -y hasta un éxito número 1 en ventas- que es mentira. De esta forma, en España hemos oído a Paquirrín sonar como si de Michael Jackson se tratara. Afortunadamente, esas mentiras tienen las patas muy cortas cuando se trasladan al directo, donde no hay trampa ni cartón, porque una gira que se convierte en un continuo playback acaba finalmente descubriendo tarde o temprano esa mentira. Y no digamos nada de los cantantes prefabricados ídolos de masas que tienen detrás a un ejército de servidores con el objetivo de vender su imagen con un planteamiento bestial de marketing que convierte esas otras mentiras en verdad.

El de la música es sólo un ejemplo de que todo es mentira se puede trasladar, desgraciadamente, a todos los aspectos de la vida desde tiempos ancestrales. Por ejemplo, ¿quién nos asegura que buena parte de la historia que ha llegado a nosotros es cómo se cuenta y que no la hemos conocido viciada -como han querido que la conociéramos- sin necesidad de perdernos por una de las puertas del Ministerio del Tiempo para despejar esas incógnitas? Pero, no hace falta remontarse a tiempos muy lejanos. Que todo es mentira lo ignoramos día a día, pero convivimos con ello. Son mentiras las milongas que nos cuentan muchos de nuestros políticos -como esa tan recurrente de que la crisis se ha acabado y muchas otras de las que ahora no quiero acordarme- como si estuvieran en posesión de la verdad absoluta, una verdad absoluta que ni ellos mismos se creen, pero que toca defender de una forma o la contraria dependiendo de si se está en el gobierno o en la oposición. Es mentira que para ser feliz debas imitar la vida de ese actor o actriz o personaje de televisión, que tengas que ser guap@ y famos@. Son mentira esos programas de tertulias deportivas y políticas -de radio y de televisión- en los que quienes discuten hacen apología de un determinado futbolista, club de fútbol, político o partido político, cuando en realidad hay dinero de por medio -para comprar al periodista de turno o unos minutos de un determinado programa- o intereses de otro tipo que nunca descubriremos. Son mentira...tantas y tantas cosas que a veces me pregunto si al final no seré yo también mentira.

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