Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La matraca

OTRA vez comienza la matraca, estos cuatro años de tirón, quizá de estiramiento muscular, de contracción nervuda de la espalda, de jaqueca o migraña celular frente al espectáculo político. La política, en esencia, siempre ha sido espectáculo. La diferencia es que antes había buenos escritores que ejercían de analistas, mientras que ahora sólo hay analistas y además orillados en sus cuentas bancarias: la dependencia se paga a muy buen precio, mientras que la independencia se paga todavía más cara. Es una evidencia meridiana que el corte intelectual de los políticos anteriores al gobierno de ese general era muy superior que el de ahora mismo: sólo hay que recordar los inicios de José María Aznar, cuando se hartaba de citar las intervenciones de Manuel Azaña no por Manuel Azaña, sino porque nombrarlo prestigiaba y daba peso céntrico al discurso.

La desproporción es innegable, y el parlamento de antes era una oratoria con sentido, mientras que ahora la oratoria, como arte de dicción en el mensaje múltiple, es un onanismo de salón, y el sentido se pierde en las prebendas. Los políticos, antes, eran mejores que ahora, pero no hace falta remontarse ni a Indalecio Prieto ni a Cánovas del Castillo: sólo es necesario mirar a los setenta, cuando la política, como la poesía, era muy superior a la de hoy. Sin embargo, no dejemos de lado la obviedad de que los mejores políticos necesitan, también, buenos escritores que les nombren, que busquen los requiebros, el claroscuro, la grieta tumefacta en la caricatura bien hilada. La crónica parlamentaria, en esencia, es caricatura bien hilada, pero faltan orfebres de ese hilo, ya no hay costureros de lo mínimo. La literatura, incluida la crítica política, es una costura de lo mínimo, una observación de lo que ocurre detrás de macrocifras, titulares, pulsos y consignas de partido. Ahora, por encima de cualquier ideología, hay especialmente consignas de partido. El lodo nos abruma de tal forma que una palabra como "talante" se convierte en una diferencia primordial: la educación, entonces, una urbanidad de mesa de domingo con mantel, es una diferencia irrespirable, y esto es síntoma aciago de la verdadera crisis de esperpento que vive nuestra vida pública bajo esta nueva casta.

Tenemos esperpento, pero no tenemos Valle-Inclán. Tenemos crisis morales de muy diversa índole, pero no un Unamuno que sepa vislumbrar lo que sucede más acá del cerco a la noticia, ni tampoco un Berlanga más activo que de distancia crítica desde el cachondeo satírico. Nos quedan cuatro años de lo mismo, con lo tranquilitos que hemos estado estas semanas sin política. Cuatro nuevos años de tensiones, de coces, de berridos, con el peor estilo imaginable, sin pizca de ironía y sin ingenio. El escaño de la UPD de Rosa Díez y Fernando Savater es una evidencia de que estamos hartos de matraca y barrizal.

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