Desorientado miré el teléfono. Eran las cuatro de la madrugada. Todo había terminado. Me arrastré hasta el sofá, encendí la lamparita y agarré un libro. La mirada se nublada, no daba. Decidí liar un cigarrillo y pasear por los trastes de la guitarra en busca de alguna melodía. Arranqué con un acorde entonando de cabeza, pero los dedos de mi mano izquierda se marcharon a un mi menor. Extrañado volví a intentar un re y pisaron un fa. Di una calada y entorné los ojos. En ese momento comenzaron a frasear como locos obviando por completo mis órdenes cerebrales y los rasgueos de mi otra mano. Tras descartar una alucinación fruto de la descompresión emocional tras diez días de poesía, risas y lágrimas, concluí en que se trataba de un evidente caso de desobediencia. Mi mano izquierda se había declarado independiente de manera unilateral. Aquello resultaba a todas luces inadmisible, así que decidí sumergirla en agua. Quizá se tratase de un problema nervioso, neurológico, o como cuando se queda dormida por abusar de una postura. Al contacto con el líquido dio un salto y se encaró conmigo. Recuerdo un grito ridículo. Por unos segundos reinó la tensión. Allí estábamos los dos, frente a frente en la cocina... La miré lentamente de arriba abajo, de las yemas de los dedos a la muñeca. Repasé cada arruga, cada cicatriz, cada línea, las que dicen de la vida, del amor… y sentí pena, porqué después de tantos años comprendí que la había perdido. Intenté aceptar la nueva situación, hacerme el loco.

El secreto residiría en hacer cosas donde no resultase imprescindible su colaboración. Claro que iba a ser incomodo. Conducir con una mano, teclear con una mano, pero después de todo ya había cosas que hacía con una sola mano. Algunas muy bien. Y así pasamos unos días. Yo leía pasando las hojas con dificultad y ella tocaba con los nudillos en la mesa por bulerías. Y un buen día, sin saber porqué, a punto de salirme en una curva de camino casa, volvió a colaborar, ayudándome a corregir el volante. Sin yo pedirle nada, agarró una garrafa de ocho litros de agua mineral y solo unas horas más tarde, sujetó con firmeza la cebolla que estaba picando para el sofrito. Ahora tenemos una relación magnífica. Me dice chorradas tipo Anna Gabriel, como que es independentista sin fronteras, y nos reímos, incluso aplaudimos, prueba inequívoca de esto puede funcionar. Disculpen. Les dejo. Ahora sí es el despertador.

https://youtu.be/Nu48Z45ibxQ

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