DESDE LA RIBERA

Luis Pérez-Bustamante

Las lecciones del miedo

INGRID Betancourt fue secuestrada hace más de seis años en la selva de Colombia. Candidata a la Presidencia del país, la política se trasladó a la zona en la que acababan de fracasar los contactos entre la guerrilla y el Gobierno de Pastrana para intentar que el diálogo se retomara y así lograr la paz que ese país casi desconoce. Su valentía, o mejor dicho osadía, le costó un largo cautiverio, penurias, hambre y, casi, la vida. Durante estos más de 2.000 días ha vagado por las selvas tropicales encadenada por el cuello. Luchadora infatigable, Ingrid intentó fugarse cuatro veces de sus captores, pero siempre fracasó. Exhausta casi se rinde. Así la vimos en diciembre, hundida, toda huesos, la mirada gacha y la sensación de que la vida se le iba. El miércoles, ya fuera de las garras de los animales que la raptaron parecía una joven lozana. Con la sonrisa instalada en su rostro y las mejillas sonrosadas, la ex candidata presidencial asía la nueva oportunidad que la vida le ofrecía y dejaba en la selva una etapa de la que no quiere volver a hablar. Sólo Dios y ella saben cómo lo ha pasado y está claro que ninguno tiene intención de contarlo.

En la misma semana en la que Ingrid volvía al cielo, el empresario vasco Jesús Guibert Azkue, de 81 años, era detenido por la Guardia Civil para declarar por el presunto pago del impuesto revolucionario a ETA. Guibert fue secuestrado en 1983 durante 17 días por el grupo terrorista de ultraizquierda Comandos Autónomos Anticapitalistas, el mismo que asesinó a balazos un año después en su domicilio donostiarra al senador socialista vasco Enrique Casas. Él no sabe lo que es dormir al raso ni vagar por la selva, pero es más que probable que durante más de los seis años que Ingrid Betancourt ha estado secuestrada, él haya vivido el chantaje y el régimen del miedo que tiene sojuzgado a todo un pueblo desde hace más de 40 años. Él no sabe lo que es vivir encadenado por el cuello a otra persona, pero seguro que conoce las ataduras que el miedo y el silencio han establecido en el País Vasco. A él nunca lo salvaron los militares de las fauces de sus captores sino que fue la Justicia la que le llamó por ceder a unas exigencias deplorables.

Estoy seguro de que Ingrid Betancourt y Jesús Guibert Azkue no se conocen y de que ella ni siquiera sabe que el octogenario empresario ha sido detenido durante unas horas esta semana. Sin embargo, pondría la mano en el fuego porque ella comprendería a la perfección los motivos que le han llevado a pagar, si es que lo ha hecho, la extorsión salvaje. Porque ambos comparten el conocimiento del miedo y porque ambos saben lo que vale la libertad. Lástima que en el país de Guibert algunos animales no sepan nada de eso y lástima también que otros que ocupan despachos en Vitoria sean incapaces de compatir el sufrimiento de su pueblo. Podrían aprender algo de la sonrisa de una mujer que ha vuelto a nacer.

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