En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Más lazarillos que el Lazarillo

España, como buen país mediterráneo, lleva la picaresca en su ADN. Esa manera egoísta de comportarse con el prójimo es una de sus más destacadas señas de identidad en todos los aspectos de la vida del país de la piel de toro, y en época de crisis, mucho más todavía. Vamos, que esa inmortal historia de Lázaro González Pérez que novelara uno de los más grandes literatos anónimos de todos los tiempos se queda en muchas ocasiones en una mera anécdota si se compara con algunas actitudes poco éticas y que se estilan hoy en día. Hay gente más lazarilla que el Lazarillo, más pícara que ese niño de origen muy humilde; aunque sin honra, que nació en un río de Salamanca, el Tormes.

Y es que ya no se estila la picaresca sólo entre esos que -aunque suene a demagogia política con rasgadura de vestiduras incluida- se fueron acostumbrando a vivir casi del cuento sin darle un palo al agua a base de ingeniárselas para acabar cobrando el subsidio agrario, o aquellos otros que prefieren estar cobrando el paro -que Papá Estado nos alimente con los impuestos de otros, que no de los míos- y ganando su buen dinero en negro.

Desde que el riesgo de exclusión es desgraciadamente más realidad que riesgo, ha nacido otra clase de pícaro, el que se acerca descaradamente a recibir productos recaudados por el Banco de Alimentos aunque los necesiten mucho menos que otros -que no pueden acceder a esa dádiva santo y seña de estos tiempos en los que un euro es para muchos un dineral- simplemente porque tienen una nómina, aunque esa nómina sea más que anoréxica, circunstancia que viven muchos más de los que nos creemos en un momento en el que la clase media parece estar en peligro de extinción. Algunos de esos nuevos pícaros van más lejos todavía y, además de llenar los carros de la compra con el aceite o la lata de conservas que otros necesitan más que ellos, se apuntan los primeros a recibir una vivienda de protección oficial o un alquiler social aunque en casa entre el dinero negro a espuertas. Pero claro, en ningún lugar aparece que sus vidas laborales sean en B. Y no pasa nada, en España siguen pagando justos por pecadores.

Afortunadamente, esos pícaros que se nutren de lo recaudado por el Banco de Alimentos son los menos, aunque haberlos haylos. Los colectivos -llámese Cáritas, llámese Cruz Roja...- que reparten esa comida tienen nuevas normas a la hora de esa distribución que hacen algo más difícil que esos que son más lazarillos que el Lazarillo y que encima tienen una justificación para ese comportamiento contrario a la moralidad sigan creyendo que la sociedad es ese ciego de la novela al que engañar. Los ciegos en realidad son ellos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios