Todo dirigente tiene derecho a dilapidar su carrera y a suicidarse políticamente como mejor le parece. Susana Díaz puede hacerlo si cede a sus temores a enfrentarse a un Pedro Sánchez crecido por el apoyo de una militancia radicalizada -por culpa, entre otros, de quienes ahora se rasgan las vestiduras con su vuelta a los ruedos: el no es no sanchista es una burda evolución del viejo "cordón sanitario" al PP - y Albert Rivera está en el camino adecuado para conseguirlo si persevera en ese comportamiento ineducado de llamar caradura al presidente Rajoy y, sobre todo, si insiste en la idea de que existen mayorías alternativas. Es cierto, no se puede negar, que tales mayorías existen; tan cierto como que pasan por incluir en ellas a independentistas del tres (cuatro, según las últimas noticias) por ciento y podemitas de discutible trayectoria democrática.

Siempre he entendido la frustración del líder de Ciudadanos ante la figura de Rajoy, un líder a quien creía amortizado y al que los votantes populares siguen apreciando y valorando, pero se equivoca insistiendo en su falaz idea de querer vincular al presidente con prácticas corruptas. Ya sabemos que en el PP ha habido episodios de corrupción (no mayores que en el PSOE, claro está), pero la España de izquierdas, la de centro y la de derechas sabe que el presidente es un político honrado y que las maniobras de Rivera son las del político de vuelo corto y ventajista, sin más proyecto que el de conseguir algún titular llamativo en los medios de comunicación apelando al cabreo general.

Ciudadanos se halla en la encrucijada de caminar hacia la irrelevancia absoluta a través de pactos contra natura y del mantenimiento de sus conductas infantiles o hacia el ejercicio de un papel constructivo y de gobierno que no se agote en la denuncia de viejos episodios de corrupción. Nadar y guardar la ropa pudo ser una buena idea hace tiempo, hoy es imposible. La generalizada sensación de total complacencia con un PSOE responsable de algunos de los mayores episodios de corrupción de Europa (con el permiso de Pujol y Artur Mas) frente a la actitud de hostilidad hacia cuanto representa el PP los conduce a la nada. Creo en las bondades del bipartidismo y no lamentaré que el resultado final sea el de UPyD, pero sería una lástima que a ello condujese la ambición incontrolada de su líder y sus fobias personales.

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