El horror y el blanco y negro

La II Guerra Mundial demostró que ni se puede ser solo Sancho en la vida ni se puede ser solo Quijote

La memoria de la II Guerra Mundial es una memoria en blanco y negro. El cine ha logrado en ocasiones sacarla de ese nicho nebuloso, pero nunca con la fuerza que tiene lo real, lo vivo, lo inmediato. El Museo Imperial de la Guerra, un museo militar británico que posee varias sedes a lo largo y ancho de Inglaterra, lo intenta ahora sin embargo con el libro The Second World War in Colour, volumen que recopila algunas de las mejores imágenes a color que se tomaron durante la II Guerra Mundial. Porque el conflicto fue fotografiado principalmente en blanco y negro, pero también se tomaron instantáneas en color. Alrededor de 3.000 guarda este museo británico. Y de esas se han seleccionado las mejores para esta publicación. Fotografías del frente y fotografías de la retaguardia, de trinchera, de fuego, de hospitales, de la artillería, de la aviación. Fotografías en las que soldados y enfermeras nos miran desde la distancia de los años para recordarnos que aquella tragedia fue real, que aquellos seres humanos que penaron por culpa de los radicalismos de la época no vivieron una vida menor, en blanco y negro, sino con color y corriente, como la de cualquiera que ahora los vemos, con nuestros mismos anhelos y preocupaciones. Un mensaje que no viene nada mal en estos tiempos en los que el valor de la moderación ideológica parece que se pierde entre los furores de los indignados y los utópicos, que ahora, cuando cunde la corrupción entre los golfos, claman fuerte por la destrucción de lo conocido con ese espíritu tan hondamente humano de creerse sus propias fantasías. Si la II Guerra Mundial, y la Guerra Fría posterior, dio una lección en tal sentido es precisamente que detrás de la utopías totalizadoras se esconden los peores fantasmas y monstruos que acarrea la condición humana. Demostró, en fin, que ni se puede ser Sancho solo ni se puede ser solamente Don Quijote. En el término medio está en la virtud. Y, por supuesto, en la memoria, en no olvidar lo ocurrido para que no vuelve a repetirse un drama cuya sangre tenía el mismo color rojo que hoy tiene la nuestra.

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