Una historia conocida

El destino ha sido sustituido por otros parajes menos garantizados. ¡Lo que es la vida!

H ASTA los manuales de uso de estudio incluyen, cuando explican el desarrollo progresivo de que la especie humana ha venido disfrutando a lo largo del tiempo debido a su esfuerzo y a su inteligencia, un pensamiento que llaman El principio tecnológico. Un paradigma de comportamiento que viene a significar algo así como que todo aquello que pueda hacerse en el avance del dominio del mundo acaba siempre llevándose a cabo. Bien es verdad que no todo el mundo puede que esté de acuerdo con este principio, sobre todo si le da una carga ideológica, pero no es ésta la intención de quienes lo proclaman, que, con más o menos matices, lo aplican con carácter general y universal al mundo de la ciencia y la tecnología. En todo caso una aplicación derivada del discutido principio antrópico.

Muy chocantes a oídos finos y, sobre todo al pensamiento, son expresiones que se escuchan desde un ángulo político en torno a lo que se ha descrito como maternidad subrogada. Pero lo curioso es que los discursos que se construyen, si uno se fija con atención, son idénticos a los que ya se hicieron en su día con otro debatido y polémico asunto de maternidades, aunque ahora se han cambiado los papeles. Y la argumentación que entonces pronunciaban los conservadores, ahora la maneja la izquierda, con la misma mímica teórica e idéntico afán. Como si el tiempo buscase jugar a la contra, suenan supuestos espasmos ya casi olvidados. Y si en la anterior ocasión eran las colas de fin de semana para embarcar para Londres las que hacían rechinar las tesis, ahora es todo al revés pero lo mismo. El destino ha sido sustituido por otros parajes menos garantizados. ¡Lo que es la vida! (Y, mientras como entonces, en los sondeos que empiezan a proliferar, la opinión mayoritaria está a favor de que todo esto se autorice).

La responsabilidad pública no se ejerce encerrándose en un juego apriorístico de negación de la realidad por principios doctrinales y doctrinarios, que al final resultan muy cómodos. Las granjas de mujeres, en frase altisonante e impropia, no se evitan negando su existencia porque acabarán instalándose en otro sitio cuyas condiciones sean las que de ninguna manera deban ser, sino tratando de proponer medios y sistemas que garanticen la dignidad humana de unos y otros intervinientes. Como, se quiera o no, la dinámica iniciada va a continuar, pónganse los medios para que todo se haga bien.

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