LA Navidad se ha convertido, más que nunca, en sinónimo de atracón. Ya no es el día en el que se hace una comida algo más especial que lo corriente para festejar un día grande, sino que ahora se ha erigido en el eje en torno al cual giran almuerzos y cenas con amigos, compañeros y familiares que hacen que esta noche sólo apetezca un caldito y un yogurt. Pero este afán devorador no conoce límite. Ya no se ciñe a las vísperas -que ya se anticipan hasta los últimos días de noviembre- sino que, como cualquier santo, tiene una octava que se prolonga hasta el día de Reyes más o menos. Cuando llega el día en que aparece el roscón, se le mira de soslayo, con todo el deseo de mundo, pero sin capacidad física de seguir enguyendo más aún. Cuando se critica a la Navidad como una celebración consumista despojada de sus raíces, llevan razón; si algún día el Ministerio de Sanidad decide prohibirla, también la tendrá.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios