UN tsunami silencioso recorre el planeta: el hambre. Las crisis alimentarias están afectando de modo grave a 37 países de América Latina, África y Asia y, lo que es peor, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha advertido que la situación en los próximos meses puede ser aún más "dramática", de ahí que haya solicitado 2.500 millones de dólares para crear un fondo de asistencia para las regiones más pobres. Sin embargo, la crisis alimentaria viene sintiéndose en todo el planeta, y el problema no reside sólo en una carestía de las materias primas, sino en la subida de precios de los alimentos más básicos, fundamentalmente trigo, maíz y arroz. Según los datos de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y Nutrición (FAO), los incrementos en el último año son: un 130% del precio del trigo; un 74%, el arroz; un 53%, el maíz, y un 87%, la soja. Los analistas internacionales coinciden en las causas, aunque no en la soluciones. Detrás de la subida espectacular hay variadas razones: el incremento del precio de los fertilizantes, del petróleo, la incorporación de países como China a una sociedad de consumo que ya no sólo se alimenta de arroz (y, en cualquier caso, no con una ración al día), el desarrollo de los biocombustibles, la huida del dinero hacia el mercado de futuros de materias primas, donde las expectativas de incrementos ayudan a alimentar la especulación, y los cambios de las condiciones climáticas que destruyen cosechas. Naciones Unidas acierta cuando critica que la apertura total de mercados en algunos países pobres ha perjudicado a los productores locales, porque en realidad han tenido que competir con materias primas que venían subvencionadas en origen por mecanismos no siempre transparentes. No parece, sin embargo, que la solución esté en una vuelta al proteccionismo, de ahí que el propio Ban Ki-moon crea que esta crisis abre también la oportunidad de realizar nuevos planteamientos sobre el mercado internacional de alimentos.

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