Palabras prestadas

Pablo García Casado / Www.casadosolis.com

La gran pantalla

UNO regresa en pequeñas dosis. Llegué con una maleta pequeña, a una casa que fue la mía, a un barrio donde viví adolescente. Voy regresando a los amigos, a las pequeñas bisuterías ciudadanas, al autobús, al Bar Correo, a escuchar los informativos en clave local. Vuelvo a lugares con olor a naftalina, pero también a otros, más frescos, donde parece que nunca pasara el tiempo. Como el Cine Delicias. Recuerdo Belle Epoque, de Trueba, en el verano del 93, la primera cita con la que hoy es mi mujer, bocadillo de tortilla con pimientos.

Quince años después, piso el empedrado del Alpargate hasta el patio, para llevar por primera vez a mis hijos al cine. "Es una tele gigante", intento explicarle a Sergio, con menos de 3 años, pero él se pasa los minutos previos a la proyección jugando al escondite, subiéndose a las gastadas sillas de plástico. Hasta que las luces se apagan y aparecen inmensos los caracteres del tráiler que anuncia las películas futuras. Sergio deja lo que está haciendo, deja de buscar hormigas y lagartos y se dirige hacia la gran pared de cal donde se proyectan los colores de la película. Veo su silueta menuda recortada, quieto y absorto ante el gigante espectáculo de pingüinos que juegan con la nieve de Ice Age 3. Voy a tomarlo en brazos, para llevarlo a las mesas donde estamos cenando, y sus ojos, como diría el poeta, están ardiendo, como faros.

El placer de la pantalla grande. Las grandes cadenas de distribución de electrodomésticos invitan a revivir esas emociones en el salón de su casa, con pantallas planas y videoproyectores que imitan esa rara emoción, casi adolescente, de apagar las luces y dejarse envolver por una historia, por un drama que nos haga estremecer, por sentir el crujir de las plantas en los Chicos del Maíz, en ver llegar las naves espaciales de dudoso espacio exterior y perderse más allá de la retina. Pero nada es comparable con la emoción de la sala en penumbra, ese rito colectivo que nos convoca, que nos sumerge en un universo distinto donde cambia la percepción del tiempo y el espacio, donde somos otros y vivimos un mundo más real que el propio. Entramos en la sala para revivir un sueño primigenio, anterior al nacimiento, el útero donde se fraguaron nuestro sistema emotivo. Fuera quedan las miserias de la vida.

Pablo y Sergio, padre e hijo, viven mundos paralelos. Los dos descubren por vez primera el cine. Él se fascina ante Horton, el elefante que cuida con mimo el universo que convive en una mota de polvo. Yo me quedo absorto reviviendo, esta vez en pantalla grande, esa joya del cine que es Vértigo. Con esa belleza mineral de Kim Novak, transformada de rubia platino a agitanada y rotunda mujer de barrio, artificial e impredecible, como todos los mitos. La había visto más de diez veces en televisión, con y sin anuncios, pero el pasado jueves fue como si fuera la primera vez. Y creo que en la mayoría de los que acudíamos a esa proyección sentíamos esa sensación de novedad. Es verdad que revisitar Hitchock, en cualquier formato, permite encontrar nuevos perfiles, porque sus películas están llenas de detalles, de pequeños iconos, de objetos que aparecen y desaparecen. Pero películas del gran cine, las que se han convertido en símbolo de la cultura contemporánea, merecen volver a verse en la gran pantalla, para la que fueron rodadas. Tengo la suerte de trabajar sobre el campo abonado de mis sueños. A veces entro en la sala vacía, por la mañana, y pienso en todas las emociones que se generan ahí arriba, donde el proyeccionista, desde la alquimia tecnológica, preparará el placebo de celuloide que nos dará a beber por la tarde. Miro la pantalla, donde se hacen realidad las mentiras que nos creemos, donde ahora dormitan esos personajes que son aire, que no son nada. James Stewart descansa tras pasar la noche colgado de una escalera que se mueve. Novak aún no se ha recuperado de la caída del campanario, pero estoy seguro de que la próxima vez estará tan bella y espléndida como la primera vez que apareció en el restaurante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios