Por montera

mariló / montero

La gran decepción

QUISE cumplir uno de los sueños de mis hijos y he fracasado. De pequeños les leía El diario de Ana Frank. Conforme iban madurando les hablaba de Hitler y qué hizo a los judíos. Cuando lo consideré oportuno les puse la película de Spielberg La lista de Schindler y, al tiempo, el libro de El niño del pijama de rayas. Sentía la responsabilidad de que uno de los valores que formasen su personalidad fuera distinguir la injusticia y la vulneración de los derechos humanos. Que reconocieran los abusos de poder e incluso discernieran las locuras del hombre soberbio.

Durante años estuve labrándoles en este deber que iba a culminar con una visita a los campos de concentración. Y me los llevé a Mauthausen. Ambos vivían sobrecogidos desde que cerré los billetes de avión. Al llegar a la estación de tren de Mautahusen allí sólo había una placa oxidada con una veintena de nombres. Tuvimos que recurrir a la memoria que nos dejó la película de Spielberg para identificar qué ocurría en los trenes que allí tiraban a los deportados y separaban a las familias sin la menor compasión. Sentimos tanto respeto, insisto, por nuestro recuerdo de una película que no nos atrevimos a hacernos una fotografía.

El pecho se comprimía cuando caminamos hacia las murallas de piedra del campo. El frío era tan helador que nos facilitaba imaginar cómo los presos rusos morían congelados en la intemperie. Ellos no tenían derecho a ocupar los barracones. De todos los barracones que hubo para hacinar a miles de personas, entre ellas casi siete mil republicanos españoles, hoy sólo quedan en pie cinco. Su interior es tan acogedor, están tan bien pintados, encerados y ordenados, que te dan ganas de sentarte en una butaca a leer mientras observas la maravillosa vista nevada tras el cristal de la ventana.

Matar la esencia es el crimen. Nada allí hace recordar el holocausto. Se conservan dos literas, una pequeña mesa para comer y una silla. Tan sólo las fotografías del español Fernando Boix, que trabajando para Hitler arriesgó su vida sacando fuera los carretes para dar a conocer al mundo el horror que allí se vivía, hacen que relaciones el lugar con el pasado. Ni la cámara de gas impresiona lo que merecería. Es terrible el anacronismo, el error de la mala conservación. El cine es quien les hace justicia.

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