Supongo que no leerás esto que te escribo, así, ahora, que no me oye, ni lee, nadie. Aunque, con un poco de suerte, quizás alguien te refiera que hay algo en el periódico que le suena que tiene que ver contigo. Sospecho que, si por ti mismo fuera, nada de nada, no te enterarías, porque, me lo tendrás que admitir, leer, leer, no es lo tuyo, muy a mi pesar.

Es una ventaja que estas letras queden impresas en un trozo de papel porque, así, perdurarán. Sabes que el periódico de hoy acabará en la basura, como los anteriores, y es muy posible que los pliegos de sus hojas sirvan antes para hacer una bola con las colillas apagadas, ésas del cenicero de la terraza, que tanto te molestan. Pero, bueno, es también una suerte que El Día tenga una web tan buena, porque de esa forma, a lo mejor, lo encuentras por casualidad entre vídeo y vídeo de Youtube... ¡quién sabe!

Mira, el tema es que como hace un par de días has dado un salto de madurez, de esos que van pautados en los tiempos que nos ponen, pero que no elegimos, quería aprovechar para continuar la charleta que tuvimos el otro día por la noche en la terraza. Me voy a ir a lo importante, a lo mollar: la cuestión es que te quiero. Así, en grande y sin anestesia. Y te quiero de la forma en que lo hago, sin importarme un carajo si me corresponde o no en función de la posición que ocupo. Hay una cosa que he aprendido estos años, ya muchos más juntos que sin tratarnos, y es que el corazón es tan grande como lo quieras hacer. Si tu madre y yo hubiésemos escuchado un solo segundo a la panda de agoreros, de cenizos, vaya, que no daban un duro por esto que tenemos, posiblemente no te lo estaría escribiendo. En cambio, como tuvimos muy claro que o era así, como es, o no era, hemos avanzado mucho, tú y yo, desde aquel día que taponaste la puerta de casa porque me tenía que marchar y tú, chiquitillo todavía, ya apuntabas maneras. Luego, has crecido hasta convertirte en un tiarrón considerable, hasta el punto de contar entre tus hazañas el ser de los pocos que me han tumbado tras zurrarme las costillas, ¡sin querer!, y ganarme al ajedrez, que reconozco llevarlo muy mal, para qué te voy a engañar.

Sé que estos días han sido más de tus amigos y tal, poco tiempo para pararse. Pero llegará alguno que eches la vista atrás y repases hasta dónde te ha llevado la vida. Quererte me obliga a ayudarte a llegar hasta ahí, patones incluidos, para que en ese momento puedas hacer lo que quieras o debas hacer, para que tu elección sea completa, y, entonces, lo que debas hacer sea también lo que quieras hacer. Eso sí que es graduarse, tío. Y, ese día, me encantará verte, desde cualquier rincón, sabiendo lo que sé de ti, orgulloso, y sabiendo que tú también lo sabes de mí. Como se llame eso me importa un bledo. Ya, después, si acaso, te gano otra vez al ajedrez.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios