Vista aérea

Alejandro Ibañez Castro

Y un góndolo

CUENTAN que hace algunos años, cuando no existían ni los bolígrafos, en un ayuntamiento decidieron sus cabezas pensantes que había que hacer algo para embellecerlo y que, además, debía ser algo bastante contundente, lo nunca visto en los alrededores y mucho más lejos, que causara un gran impacto y que saliera en los periódicos y todo, porque tampoco en esa época existía la televisión. Se reunió la corporación en pleno, incluidos sus asesores, para llevar a cabo una sesión de trabajo con el objetivo de definir el proyecto y en la que, en principio, valía todo. Habían descubierto lo que luego sería definido como tormenta de ideas o brainstorming, que parece que queda como más moderno, aunque en esa época el inglés fuera sólo cosa de extranjeros.

Bueno, pues se sentaron los portadores de las mentes participantes en la reunión con el firme propósito de que de allí no salía nadie bajo ningún concepto, entonces fumar en las reuniones no estaba prohibido, incluso inspiraba, hasta que no se pusieran sobre la mesa una serie de ideas, sin importar si podían ser descabelladas o no, pues allí no se iba a juzgar a nada ni a nadie, incluido el coste económico, pero que llevaran al pueblo a lo más alto de la prensa y, además de tener a los vecinos contentos, conseguir que vinieran personas de todos lados a maravillarse. Tampoco existía por esa época lo que ahora denominamos turismo cultural, así que poco a poco, sin casi darse cuenta estaban empezando a descubrir grandes cosas.

Pasaron siete horas y ninguno de los contertulios había abierto la boca. Sus caras, enrojecidas de pensar, formaban un potente contraste con las boinas caladas hasta las cejas y los nudillos de las manos parecían que se les iban a salir de tanto apretar en los brazos de los sillones capitulares. De pronto Don Ulpiano, asesor de Grandes Ideas y de quien se decía había viajado en su juventud, pareció que hacía un ademán de abrir la boca para decir algo, carraspeó y pudo balbucear ¡agua! El aplauso fue unánime y casi no le dejaron explicar que, por su problema de próstata, necesitaba tomar agua de vez en cuando. Pero por fin se rompió el hielo y, después de proveer de un vaso de agua al señor Ulpiano, alguien propuso hacer una playa con chiringuito y todo, idea que enseguida hubo de ser desechada porque en todo el término municipal no había un río siquiera. De ahí se pasó a organizar unas fiestas dedicadas a la danza, pero no lo de siempre, auténticas danzas indias de lluvia. Y vino otro problema insalvable, las plumas. Prácticamente en el pueblo no había pájaros, ni chicos ni grandes, y los pavos eran intocables hasta Nochebuena. Como la cosa se iba alargando y la sed arreciaba ya en todos los presentes que babeaban ante el seco vaso del señor Ulpiano, la cosa derivó hacia la necesidad de hacer una fuente, pero no una fuente cualquiera, debía ser muy grande, con muchos chorros, más bien un estanque. Fue entonces cuando nuestro prostático amigo tuvo la gran idea, el estanque tendría una góndola. Más aplausos y se levantó la sesión quedando que al día siguiente se anunciaría a todo el pueblo el inminente inicio de las obras.

Al día siguiente el pregonero convocó a todo el pueblo para anunciar el gran proyecto en un acto solemne en el que intervendría la Concejala de Grandes Ideas y Desarrollos Sostenibles. Y fue entonces cuando nuestra buena señora, después de explicar muy bien todo añadió que además de la góndola, y de su bolsillo, ella iba a poner nada más y nada menos que un góndolo, ¡para que criaran!

El sucedido me viene a la cabeza cuando nos enteramos los otros días que como guinda urbana, atractivo turístico y cultural y, casi seguro, propiciador de un notable aumento de las pernoctaciones en nuestra Córdoba del alma, en el Vial Norte, más conocido como Paseo Marítimo, se va poner un casposo avión recuperado de un vertedero. Lo que no sabemos es si será macho.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios