tacón alto

Victoria Fernández

La fragilidad de lo intengible

YO nací en una casa-patio. Ahora vivo en una casa con patio. A simple vista, se parecen. Aspidistras, gitanillas, jazmín, dama de noche, helechos, el sonido del agua, las casas rodeando el vergel… Pero recuerdo una imagen de mi niñez distinta. Las mañanas de domingo, sobre todo, las vecinas en el patio arreglando plantas, cambiando tiestos, las charlas, los niños estorbando, el encuentro y el desencuentro que provoca la vida concentrada en un patio, donde las plantas son testigos permanentes y, en ocasiones, la causa de la discusión. Ahora, en mi casa con patio, reina un silencio acogedor, los niños no rompen las macetas, las plantas dan una compañía serena, el agua acompaña los amaneceres. Pero el patio ha dejado de ser punto de encuentro para ser punto de paso amable. Agradable, pero frío.

Tuve la gran fortuna de vivir con intensidad un momento cargado de ternura hace unos años cuando nos reunimos con los siete vecinos y vecinas de Martin de Roa. La media de edad era de unos 80 años. Vimcorsa había llegado a un acuerdo mediante el cual nos comprometíamos a hacerles habitables sus viviendas, hacerlas dignas para la vida de las personas sin perder de vista el importante papel que las plantas jugaban en todo el proceso, pero para ello era necesario que salieran de sus casas durante un tiempo. Recuerdo las miradas de las abuelas preguntándose ¿volveré a ver mis plantas?, ¿estaré aún con vida cuando terminen de arreglarlo todo? Las caras de extrañeza cuando vieron el pisito donde los realojamos durante la obra fueron estremecedoras. ¿Señorita, un pisito? ¿Vamos a vivir en un pisito, sin plantas? ¿Sin patio? En sus miradas estaba el gran temor de no volver a su casa. Esas mismas miradas que entienden al jazmín azul que tanta lata da los inviernos, a las gitanillas de la escalera a las que hay que mimar especialmente porque beben demasiado sol. Fueron valientes. Salieron una tarde de abril y volvieron una mañana de marzo y, hoy, tenemos una casa patio llena de vida, donde las abuelas siguen regando y cuidando sus plantas.

Una casa patio no necesita simulación, porque ya es lo que quiere ser. No necesita una musealización que haga desaparecer el objeto para crear un imaginario. Será difícil meter en el vademécum del viajero esta parte intangible de nosotros mismos que se hace sentido cuando en tu visita, además de observar, oler y tocar, eres capaz de entender cuánto de la personalidad de Córdoba reside en esta tipología arquitectónica. Somos un poco como una casa patio, abierta, acogedora, atenta a la mirada del forastero, pero reservando nuestras estancias más íntimas, donde sólo suben los capaces de entender además de saber mirar.

Éste es el gran reto que se nos presenta con la importantísima declaración de la festividad de los patios Patrimonio Intangible de la Humanidad. Estoy segura de que somos capaces de poner en valor lo que tenemos sin dejar de ser auténticos. ¿Casa- patio o casa con patio? ¿Patrimonio o parque temático?

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