Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El fin de Paco

TENGO en común con el poeta lucentino Lara Cantizani mi admiración por Los hombres de Paco. Cuando escribo estas líneas no sé todavía qué sucederá en el capítulo final del martes por la noche, pero sí sé lo que no ha sucedido, lo que es Los hombres de Paco y lo que dejó de ser. Que Lara Cantizani vea Los hombres de Paco tiene un sentido último de lirismo sin acento, o con la tilde interna en la emoción, porque la poética del autor de El invernadero de nieve se ha movido últimamente, como la de su amigo y maestro Luis Alberto de Cuenca, en la frontera difusa de un culturalismo popular. El culturalismo popular, o la democratización de los referentes posibles del poema, no habría sido posible sin la tensión novísima, sin su salutación a lo sensible abarcando por igual la Marilyn transida de tristeza y de hermosura suave en sus retratos últimos que toda la cultura grecolatina. Sin embargo, como en los falangistas retratados por Umbral, quedaba aún la revolución pendiente, un culturalismo despojado del brillo prestigiado por los referentes comúnmente aceptados, y es entonces donde empieza la poesía galáctica de Luis Alberto de Cuenca, poesía de línea clara o de dibujo belga, de cine de barrio en los sesenta, que alude sin rubor lo mismo a Tintín, a Haddock y a Milú que a Luke Skywalker en La vida en llamas, del mismo modo que su hermano o primo hermano, Lara Cantizani, ha hecho en su muy festivo libro El invernadero de nieve.

La primera temporada de Los hombres de Paco fue un descubrimiento. Cuando la mayoría de las series españolas adolecían de un acartonamiento en los guiones, en la definición de personajes y en su naturaleza misma, apareció esta gran comedia sobre los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, como decía Paco Miranda, con su guardia pretoriana de pirados integrada, básicamente, por Lucas, una suerte joven y locuela de Harry El Sucio español, y el obeso y melancólico Mariano, tierno hasta la estulticia más rotunda, que aportaba fielmente el continuo homenaje a las viñetas de Ibáñez. El humor era efectivo, pero no tan chusco como el de Torrente, que en ningún caso se podría considerar un antecedente de Los hombres de Paco. La parodia, claro, venía por Los hombres de Harrelson, que ahora ya también es referente poético por su acotación temporal, precisamente los setenta, cuando comenzó a fraguarse la poesía de Luis Alberto de Cuenca mientras nacía y crecía Manuel Lara Cantizani. Que todo esto pueda ser materia de un poema es una libertad, pero que Los hombres de Paco, nuevos Mortadelo y Filemón, cambiaran su chispa inicial por la línea argumental del romance adolescente, pederasta a lo Nabokov pero cansino, fue una concesión hacia una audiencia que siempre se enganchó por el humor.

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