RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

La familia y uno más

SÓLO hace falta ver cualquiera de las partes de El Padrino para comprobar el número de crímenes que pueden cometerse en nombre de la familia. En nombre de la familia, Michael Corleone ordena la ejecución de Tessio, el viejo compañero en los inicios de Vito, para poco más tarde ejecutar a su cuñado Carlo, el marido de Connie. Aunque lo más terrible llega luego del traslado a Nevada, tras conquistar Las Vegas, cuando Michael ordena a su guardaespaldas, Al Neri, el asesinato de su propio hermano, Fredo Corleone, que es su sangre mayor y el eslabón más débil de la familia, que muere en el lago Tahoe, mientras pescaba y rezaba un Ave María, de un disparo en la cabeza.

En nombre de la familia, como de Dios o de la libertad, puede cristalizarse cualquier crimen, un crimen que ya con existir anula la pureza del concepto que dice defender. Así, ningún atropello cometido en nombre de la familia salvará a la familia, como Dios no se concreta en las vilezas de sus más extremados integristas, ni la libertad, como escribió Luis García Montero en su hermoso poema El insomnio de Jovellanos, puede ser la rosa de todos los patíbulos. Sucede muchas veces que los asesinos, como los extremistas religiosos, necesitan un pretexto para imponer su voluntad unívoca, un pretexto que a menudo viene sustentado por una pretensión monoteísta: al haber sólo un dios, y al ser éste la única verdad, cualquier crueldad en su nombre estará refrendada de antemano. Esto se ha opinado siempre, ignorando que Dios debe ser enemigo de cualquier crueldad, y mucho más si ésta se sustenta cubriéndole de lodo, especialmente en un asunto tan humano, tan tierno y vulnerable como la familia.

En los últimos años, ha venido formándose en Madrid un lío monumental que suele colapsar La Castellana en nombre de la familia. Si uno anda por Madrid un día como ayer, casi puede pensar que todas las familias españolas son tradicionales sin matices, cuando lo que ocurre es que todas las que lo son viajan a Madrid para exhibirse, en plan autobuses de festivo. Y está muy bien que existan, que canten y que exalten su heterosexualidad milenaria, al padre y a la madre, a los niños y a la comadrona si se tercia. Yo también los exalto, igual que a Julie Andrews cantando su Edelweiss. Manifiestan, y esto no lo exalto, que la familia está en peligro. Nada más falso: nunca, como ahora, ha tenido más eco la familia, ni más estabilidad, mayor amparo. Porque antes, todas las variantes paralelas eran desterradas a la clandestinidad o la bastardía, el dolor y la marginación; mientras que ahora, toda convivencia con deseo de serlo, puede convertirse en la familia de uno, que es el calor de uno, el calor que uno elige para sí.

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