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José Aguilar / Ignacio Martínez

La droga que envenenaEl empate infinito

NUNCA es tarde si la dicha es buena, pero es legítimo preguntarse si la reacción del Gobierno impulsando la lucha contra el narcotráfico en Jerez y Sanlúcar de Barrameda, entre otros puntos, no llega cuando el mal está ya hecho y es más difícil revertir la situación. Sobre todo, pensando en el daño social y comunitario.

Me explico. La extensión del servicio de vigilancia exterior a la desembocadura del Guadalquivir, la unidad policial especial y las ahora frecuentes redadas pretenden hacer frente a una situación ya degradada durante años de pasividad y escaso intervencionismo.

Años en los que el estatus social del traficante de drogas ha cambiado radicalmente. En ciudades con los sectores productivos tradicionales en plena crisis, sin perspectivas de nuevo empleo y con la construcción decididamente en marcha hacia la bancarrota, mucha gente ha dejado de ver a los narcos como delincuentes que se enriquecen a costa de la salud de los adictos. Haciendo excepción, quizás, de los grandes capos, a los porteadores, vigilantes, camellos y trapicheadores de este gran negocio se les ve socialmente cada vez más como pequeños transgresores obligados por la necesidad de alimentar a sus familias.

Esta idea perversa (no sólo alimentan a sus familias, también les compran coches de lujo, televisores de última generación, joyas y chalés que no tienen nada que ver con la necesidad) va calando en el cuerpo social e impregna muchas relaciones cotidianas. Los profesores sanluqueños, por ejemplo, se han acostumbrado a hechos como que, al solicitar a sus alumnos que dibujen una escena de su vida cotidiana, siempre haya alguno que lo que trae pintado es una lancha de la que varios individuos -¿su padre, sus hermanos, sus vecinos?- cargan hasta la playa unos bultos sospechosos, o que en alguna discusión sobre disciplina y futuro laboral un adolescente jactancioso les pregunte que cuánto ganan al mes y, al escuchar su respuesta, les repliquen: "Maestro, eso lo gana mi padre en una noche".

Esto es más grave aún que la circulación habitual de drogas. La droga envenena a quienes la consumen, pero envenena sobre todo a una juventud que la considera ya un medio normal de ganarse la vida. Hay cientos de familias comprometidas en el narcotráfico y sus hijos están creciendo en ese ambiente, es decir, haciendo oposiciones a continuar en el tajo. El dinero fácil es la peor droga de todas, la más duradera y tóxica. Y aún podemos estar en puertas de subir un escalón más, el que lleva a los grandes narcos a hacer obras benéficas para levantarse una suerte de inmunidad social que hará aún más complicado acabar con su impunidad.

CUÁNTOS votos en la elecciones del próximo 10 de febrero le reportarán al Gobierno israelí los 300 muertos contabilizados en la franja de Gaza el día de los Santos Inocentes? No sólo murieron militantes de Hamas en los ataques a sus cuarteles en Gaza, también todo tipo de inocentes. Las bombas alcanzaron un campo de juego de niños, un mercado, un hospital. Israel sigue empeñado en que el conflicto de Oriente Próximo tiene una solución militar. Se equivoca. Mi colega Xavier Batalla sostenía ayer en La Vanguardia que son repugnantes los actos terroristas de Hamas, el movimiento islamista que controla la franja de Gaza, aunque no son el origen del conflicto con Israel, sino su consecuencia. Lo mismo digo.

Citaba Batalla un incidente que ocurrió aquí el 1 de junio de 2006, en presencia del presidente andaluz Manuel Chaves. En un encuentro organizado por la Fundación de las Tres Culturas en Sevilla, el ex presidente Felipe González mostró su desacuerdo con la política de la Unión Europea en Oriente Próximo, de condena y ruptura de relaciones con Hamas. El Movimiento de Resistencia Islámico ganó limpiamente en enero de ese año las elecciones legislativas palestinas, pero está considerado un grupo terrorista, con el que la UE sólo hablará si reconoce a Israel, renuncia a la violencia y respeta los acuerdos entre palestinos e israelíes. González defendió la idea de hablar clara y directamente con Hamas, en lugar de cortar el apoyo económico al pueblo palestino.

Ante el ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, y del embajador de Israel, Víctor Harel, el ex presidente señaló que la mayor parte de los militantes de Hamas no son islamistas. Subrayó que el 70% de los candidatos electos no tenían más convicciones religiosas que él, que afirmó no tener muchas, aunque no sea ateo. "Será más fácil que evolucionen hacia donde tienen que evolucionar si se habla con ellos", sostuvo González. "La gente debería saber que Hamas fue, en parte, una iniciativa de Israel contra la Organización para la Liberación de Palestina, ¿o esto pertenece a secreto de sumario?" Esta última afirmación enfadó del embajador israelí: "Hamas es un grupo fundamentalista islámico. Decir que los israelíes lo creamos es una barbaridad. Nosotros apoyamos en determinados momentos a los palestinos, pero no a Hamas. Esto es darle la vuelta a la historia".

Si en el debate civilizado de Sevilla no hubo acuerdo, en el campo de batalla tampoco. El empate infinito ha continuado sobre el terreno, en crueldad y en posiciones. Ahora se suman la igualdad en las encuestas entre los candidatos Livni y Netanyahu; la incertidumbre del presidente Obama, a quien se supone más comprensivo con los palestinos, y la cerrazón de Hamas. El resultado son estos cientos de muertos. Pero la solución sigue siendo el diálogo, no las armas.

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