LA dimisión de Alberto Saiz como director del Centro Nacional de Inteligencia (en otras palabras: los servicios secretos) se intuía inminente desde que el presidente Zapatero le defendió con una tibieza rayana en el desdén y, sobre todo, desde que la ministra de Defensa, su superior en la jerarquía política, ordenó una investigación interna sobre las informaciones que denunciaban su actuación, sin darse por satisfecha con las explicaciones aportadas por Saiz en sus obligadas comparecencias parlamentarias. Sobre el jefe del espionaje español se vertieron acusaciones de especial gravedad, relativas a la presunta utilización de medios del CNI para obras particulares y aficiones deportivas y a la contratación por el organismo de personas vinculadas a él por lazos de familia y amistad. Pero seguramente en la decisión de proceder a su relevo no han pesado tanto estas denuncias como el origen de las mismas, ya que las fuentes informantes han sido desde el primer momento agentes y directivos del Centro, molestos con su gestión y probablemente imbuidos de una mentalidad endogámica. El caso es que su situación, tan sólo dos meses después de haber sido ratificado con la oposición de la ministra de Defensa, se había hecho insostenible. Es un lugar común que el trabajo de los servicios de inteligencia ha de ser discreto y su organización no puede estar durante semanas en los medios informativos por motivos de escándalos e irregularidades. Seguramente ésta ha sido la causa fundamental de que el Gobierno haya decidido prescindir de Alberto Saiz, para sustituirlo por el general Félix Sanz Roldán, un brillante militar que tras culminar su etapa como jefe del Estado Mayor de la Defensa fue llamado por Zapatero para trabajar a su lado. A Sanz Roldán corresponde a partir de ahora la tarea de limpiar el Centro Nacional de Inteligencia de todos aquellos intereses gremiales y conductas desviadas que hayan podido lastrar su funcionamiento, esencial para garantizar la seguridad nacional y liberarla de los peligros que la acechan en un mundo complicado. Este episodio debe terminar de inmediato y colocar el espionaje español a la altura de los tiempos.

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