la ciudad y los días

Antonio Manuel

La dignidad como amenaza

MI padre fue funcionario por oposición. Era el primero en entrar y el último en salir del Ayuntamiento. Ejerció de hecho como jefe de aguas potables. A todas horas. Lo recuerdo levantarse mil veces de madrugada para arreglar averías o apagar fuego. Ya mayor, nos dio una lección de constancia estudiando el grado académico exigido para su categoría. Y se lo negaron. Ilegítimamente. Lo cambiaron de despacho. Lo desterraron al pasillo. Jamás se plegó ante una orden que creyera injusta o inmoral. Su integridad era vista como una amenaza. Para mi era y es un ejemplo. Se jubiló sin el merecido reconocimiento de su pueblo. Quizá tenga una espina en el corazón. Pero mantiene limpia su conciencia.

Como mi padre, conozco a centenares de funcionarios andaluces que se dejan la piel por los demás. Administrativos que les duele la gente. Policías. Bomberos. Médicos. Maestros. Profesores. Jueces. Fiscales. Fontaneros. Jardineros… Yo los he visto echar mañanas, tardes y noches enteras buscando soluciones a una matrícula, a una licencia, a un exhorto, a un subsidio, a una ayuda. Son los más. Ellos y ellas dignifican la función pública con su trabajo diario. Con su profesionalidad incuestionable. Y ahora con sus legítimas reivindicaciones ante el maltrato material y formal llevado a cabo por la Junta de Andalucía.

La reordenación del sector público andaluz es un esperpento. El primer decreto fue adoptado clandestinamente. El segundo, de manera sibilina derogando el anterior para sortear su inconstitucionalidad. La generación de agencias utilizando este último decreto como paraguas, además de una vergüenza, fue el ardid empleado para ganar por la vía de los hechos lo que probablemente perdería la Junta por la vía del derecho. Por último, aprobaron una ley para enterrarlo todo, con la sorprendente abstención de IU. Los funcionarios se rebelaron antes y ahora protagonizando el germen de un movimiento social hasta entonces casi inédito en Andalucía. Ellos y ellas que consintieron solidariamente el recorte de sus salarios. Nunca reclamaron dinero: sólo dignidad. Y se apostaron en las puertas de Torre Triana. En mitad del corazón burocrático-administrativo de Andalucía. Y en las puertas cerradas del Parlamento. En mitad de corazón burocrático-político de Andalucía. Y por dos veces, un tsunami de cuarenta mil personas atestó las calles de Sevilla. Los medios oficialistas silenciaron las manifestaciones como ya hicieron antes con otros movimientos ciudadanos. Sin éxito.

El PSOE llegó a compararlos con terroristas abertzales. Y ahora, estratégicamente, con el Partido Popular. Pero es mentira. La raíz de la plataforma es netamente progresista. Defiende la autonomía andaluza, el Estado de Derecho, la democracia y el nuevo rol del funcionariado como solución a la salida de la crisis. Han retratado las miserias del bipartidismo y a Griñán como al Saturno que devora a sus hijos. Decía Arthur Koestler que lo que necesita la revolución no son héroes, sino funcionarios de acero. Andalucía, los tiene. Con una espina en el corazón. Pero limpios de conciencia.

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