Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Qué difícil es ser ex

Aznar, que no tiene precisamente una mala opinión de sí mismo, llegó a creerse el padre de su partido

Aznar se ha pasado trece años atormentado por su pérdida de influencia en el PP y por el ninguneo al que lo sometía Rajoy. Ha hecho ahora lo que seguro que le pedía el cuerpo desde hace mucho: irse dando un portazo que sonara lo más posible. El hombre que lo fue todo en su partido quiso seguir siendo un poder fáctico y una especie de referente para los suyos. Pero pinchó en hueso: Rajoy, que bajo la apariencia de despistado diletante esconde el político más hábil -ojo: no el mejor gestor ni el mejor presidente- que ha tenido España en un montón de años, no iba a admitir ni tutelas ni tutías, que diría Fraga. Y así le ha ido al pobre de Aznar, que ha tenido que tragar bilis mientras su sucesor hacía justo lo contrario de lo que él quería.

Es la tragedia del ex que no sabe serlo y que se niega a adaptarse a su nueva situación. Ejemplos los hay en todos los ámbitos de la vida, pero en la política -territorio donde la ambición desmedida y la inmodestia tienen su asiento- son más llamativos porque a esos seres extraños que son los políticos les encanta vivir en un escaparate. Aznar fue tan buen presidente en su primer mandato, cuando la falta de mayoría le obligó a medir mucho dónde pisaba, como malo en el segundo, cuando la mayoría absoluta se le subió a la cabeza y lo hizo creerse una especie de rey sol que organizaba una boda palaciega para su hija y al que todos debían sumisión. Con ese convencimiento llegó a la incómoda posición de ex, cometiendo todos los errores que lo convirtieron, en feliz expresión de Felipe González, en ese jarrón chino que es un trasto se ponga donde se ponga, pero que nadie se atreve a tirar. Aznar, que no tiene precisamente mala opinión de sí mismo, llegó a creerse que era el padre fundador con capacidad para marcar las grandes líneas de la política de su partido y no ocultaba su cabreo cuando se le llevaba la contraria. Patético.

El propio González ha gestionado mejor su condición de ex. Pero por una única razón: su partido sí le ha permitido ejercer esa especie de padrinazgo sobre sus sucesores, hasta el punto de que pocas cosas han levantado más expectación en la política española de los últimos meses que ver si le concedía apoyo explícito a Susana Díaz para que aspirase a liderar el difícil momento en el que vive el PSOE. Al final, en la política como en la vida, uno tiene que saber encontrar su sitio y eso muchas veces va más allá de la propia voluntad. No reconocerlo hace que, al final, te tomen por el pito del sereno.

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