La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

¿Y después del desahogo?

Han metido la papeleta en la urna como si metieran el dedo en el ojo de aquellos a quienes culpan de sus desdichas

Una de las debilidades de las democracias es que cualquier payaso o subproducto televisivo puede llegar a presidente. Para llegar a dictador hay que ser maniobrero, despiadado, traicionero, hábil, manipulador, listo y cruel: un golpe de Estado o una revolución exigen poseer todas estas virtudes o patologías, incluyendo la locura megalómana. En cambio puede alcanzarse la Presidencia de una democracia sólo siendo muy rico (requisito indispensable si se es feo o de grotesca apariencia) o muy guapo (la imagen, ya saben). Si se juntan las dos cosas -pasta y atractivo- el efecto es irresistible, como demostró el caso de Kennedy. Era tan guapo, su mujer era tan elegante, sus hijos eran tan monos, su familia era tan extensa, sus hermanos eran tan apuestos y todos eran tan elegantemente ricos, que se le perdonaron todos sus errores públicos y privados, desde sus contactos con la mafia hasta estar a punto de provocar la tercera guerra mundial o sus líos de faldas. La Casa Blanca era Camelot.

Trump es grotesco y grosero; la que será primera dama no se corta copiando discursos y tiene un cierto aire de Barbie. Ni el más despiadado caricaturista hubiera imaginado una pareja así en la Casa Blanca. Pero es inmensamente rico, funciona bien en los espectáculos de telebasura y ha sabido captar -como está pasando en toda Europa, de Dinamarca a España, con el auge de la extrema izquierda y la extrema derecha- el cabreo de los votantes primarios que han desahogado sus frustraciones escupiendo al cielo. Es sabido que cuando esto se hace el escupitajo cae sobre quien escupe. Pero se ha desahogado, le ha dado una patada al sistema, ha roto la baraja. ¿Y después? Al votante primario no le importa lo que pase después. Lo que le interesa es el exabrupto, meter la papeleta en la urna como si estuviera metiendo el dedo en el ojo a todos cuantos aborrece, envidia y culpa de sus desdichas y frustraciones.

Así se explican los votos europeos a los populistas de derechas o izquierdas. Y así se explica el voto a Trump. El problema es que el escupitajo español, francés, británico, italiano, holandés, austriaco o danés cae sobre ellos mismos, mientras que el escupitajo estadounidense nos cae encima a todos. Llegan tiempos oscuros. Putin en el Kremlin, Trump en la Casa Blanca, el Reino Unido abandonando la UE y los populismos demagógicos de derecha e izquierda ascendiendo en Europa, España incluida.

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