Los desastres

Tenemos un naturaleza rica y singular. Somos afortunados. Pero cuidar de ella es una honda responsabilidad

Los peces se arremolinan estos días en las riveras del Guadalquivir en busca de oxígeno. Carpas, lisas, barbos... Todos esos habitantes secretos que de ordinario ni se ven. Da lástima observarlos, luchando por vivir, boqueando, boqueando, boqueando, cuando ya no pueden hacer nada, cuando están sentenciados. Metáfora parecen de la propia existencia en su visión más siniestra, cuando en realidad su vida y su muerte no tenía que haber sido esa, sino otra. Pero, claro, la mano del hombre. La terrible, muy terrible mano del hombre... En este caso, un accidente en Pedro Abad. Un vertido incontrolado de orujo de una de las grandes firmas oleícolas de la provincia, letal para la fauna del río. Ahora vendrá se supone la investigación y detrás de ella la sanción correspondiente, pero eso no servirá para restañar la diversidad perdida de nuestro río, el elemento natural más importante con el que cuenta la ciudad. La naturaleza es así, sin segundas oportunidades, terrible a su modo, y por eso hay que trabajar y trabajar no sólo en perseguir y castigar a quienes atentan contra ella sino también en extender la prevención y la concienciación. Porque aunque algo hayamos avanzado en las últimas décadas, aún no se puede decir que los andaluces en general seamos personas con alta responsabilidad hacia el entorno. Basta ver las imágenes de las playas malagueñas llenas de mierda tras la Noche de San Juan, y eso por no hablar del hijo de su madre que al parecer ha provocado un incendio en la zona de Doñana, un siniestro que a la hora que escribo estas líneas tiene a Huelva en vilo. Nunca podremos en fin acabar con todos estos desastres, pues en muchos de ellos puede que haya algo de fortuito e imprevisible, pero sí que hay muchos que con una mayor labor de prevención y un civismo razonable se podían haber evitado. Ver a los peces boquear para luego morir, oler la peste a muerte y destrucción que ahora emana del río, debería servir al menos para tomar conciencia de que aquí somos afortunados por tener una naturaleza tan rica y singular, desde nuestra dehesa hasta nuestra campiña. Cuidar de ella es la honda y ética responsabilidad de una sociedad que se precie de serlo.

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