Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

El debate del debate

Acuatro meses de las elecciones generales los dos principales partidos ya han inaugurado sin ningún reparo uno de los tópicos más acendrados y tediosos: el de los debates electorales entre los candidatos principales, esto es, la agónica discusión sobre el número, el día, la hora y el lugar de los llamados "cara a cara". Y luego le echan la culpa a los grandes almacenes de adelantar la Navidad al verano, ay, ay. Ayer, mientras leía las informaciones con los primeros cruces dialécticos sobre la oportunidad de los debates de marzo, me inundó una especie de reflujo formado por todas las partículas sin digerir de últimas citas electorales. No hay cosa que soporte peor que la repetición metódica de las trivialidades más empachosas e improductivas. Y los "cara a cara" son ambas cosas, empalagosos e ineficaces.

Y no me refiero necesariamente a los debates en sí -que luego se celebran o no, da igual- sino a la absurda y despechada discusión que los precede y que constituye la auténtica esencia del cara a cara. Si los cara a cara se redujeran sólo a un intercambio de puntos de vista e incluso a una buena agarrada dialéctica que dejara en evidencia la fatuidad de los contenidos programáticos serían bastante soportables. Sin embargo, la experiencia me dice que la posibilidad del encuentro de los dos candidatos es sólo el pretexto con que se justifica la dilatada contienda que los precede. Es más, sospecho que el hipotético debate electoral es sólo la disculpa para sustentar la inacabable discusión previa.

Según deduzco de las noticias, el reto lanzado por Zapatero para acudir al supuesto debate de marzo ha sido respondido con el habitual desplante. Rajoy está dispuesto a ir no a uno sino a tres, pero sólo si se celebran en las televisiones "independientes", grupo del que ha sido excluida de antemano Televisión Española. El asunto no es fácilmente resoluble. Primero, porque supone un juicio de valor anticipado -la parcialidad de la televisión pública- que puede alargar el debate previo hasta el día del juicio y, segundo, porque si fuera necesario definir qué es una "televisión independiente" sería menester convocar una especie de concilio nacional en el que intervinieran comunicólogos, sociólogos, filósofos, pedagogos e incluso los portavoces de la Conferencia Episcopal.

¿Alguien realmente tiene esperanza en que cuestiones tan infranqueables puedan conducir a un debate? Yo no. Pero es que aunque por uno de esos milagros bíblicos se produjera el encuentro éste no sería otra cosa que un elemento secundario para avalar los cuatro meses de jarana precedente. ¡Cuatro meses para debatir si hay debate!

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