Cuentan de una tienda en la que un cartel colgado en la pared, rezaba: "Prohibido hablar de la cosa". Todo el mundo sabía qué era la cosa. ¿Cómo va la cosa? El dependiente señalaba el cartel y punto. En España desde hace muchos meses "la cosa" se llama Cataluña. Y si me apuran "la cosa" casi se puede personalizar en Puigdemont. Y todo lo demás pasa necesariamente a un segundo plano en noticiarios y mesas de análisis de la actualidad. Por tanto, todo lo demás, todo lo que no es "la cosa", es decir, la vida, queda fuera del foco principal.

Pensemos hace apenas unos años. Una ola de indignación recorría las calles del país, la crisis golpeó a la sociedad española poniendo en jaque un mínimo de cohesión social y la garantía de los servicios públicos. Hoy, en un país que lleva algunos años creciendo al tres por ciento, nada ha venido a recomponer el deterioro de los salarios y la temporalidad, que ya son casi seña de identidad de nuestro modelo laboral. Una cierta conciencia colectiva de que podríamos estar peor parece haberse instalado en la sociedad española. Y "la cosa" parece reducir todo a decidir donde nos situamos en una supuesta graduación de españolismo y catalanismo. En Cataluña, corazón de "la cosa", quienes pusieron de manifiesto este sinsentido no obtuvieron los mejores resultados.

Para cuando "la cosa" acabe, si es que acaba algún día, nos daremos cuenta de las otras cosas que han ido pasando mientras comíamos palomitas frente al televisor siguiendo a Puigdemont por Europa. Para muestra un botón. El sistema público de pensiones. No resulta nada tranquilizador escuchar a quien preside la comisión de "esta cosa" en el Congreso de los Diputados, aconsejar a los jóvenes que vayan ahorrando si quieren vivir con un mínimo de dignidad cuando llegue la hora de su jubilación. Porque uno podría llegar a pensar que alguien con serias dificultades para garantizarlas, que ha tenido que pedir un crédito de 15 millones para pagarlas este año, esté pensando en cambiar de modelo. Que llegado un punto, cambiemos de un sistema público basado en la solidaridad a otro basado en planes personales, es decir, el del "sálvese quien pueda". Estemos algo más atentos. Los derechos que creemos garantizados hay que defenderlos, porque cualquier día, basándose en obviedades demográficas alguien podría sorprendernos con alguna noticia.

Cualquiera diría que Rajoy y Puigdemont escriben por las noches, a cuatro manos, el guión de un culebrón que desvíe la atención sobre lo que ocurre en los juzgados de este país y de esos avisos a navegantes que no auguran nada bueno.

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