La frase con la que se titula este artículo no es de un servidor, sino del concejal de Presidencia del Ayuntamiento, Emilio Aumente. La utilizó hace apenas unos días para justificar el proyecto de cuentas del equipo de gobierno de PSOE e IU de cara al año que viene. El párrafo al que me refiero dice así: "el presupuesto de 2017 va a primar la conclusión de los temas pendientes en estos últimos años, acometiendo todo lo relacionado con la ciudad inacabada, ya que parece que esta ciudad nunca termina algunas obras, ni concluye según qué actuaciones". Con esta reflexión, el concejal socialista trataba de justificar la falta de proyectos en infraestructuras por parte del actual gobierno local, en el sentido de plantear una actuación emblemática, una especie de sello de identidad que por sistema cada cuatro años se plantea por el alcalde o alcaldesa de turno y que, como se reconoce, brilla por su ausencia por ahora.

Vaya por delante que una cosa y la otra -la de terminar lo que se empieza y proponer nuevas iniciativas, a ser posible ambiciosas- no están reñidas y son perfectamente compatibles, pero sí tiene mucha razón Aumente al decir que Córdoba es la ciudad inacabada. Me gustaría decir que es así por culpa de éste, del anterior o del anterior del anterior gobierno municipal, pero por desgracia no es así. Y es que esa costumbre perversa de abandonar las cosas a medio hacer o simplemente dejarlas morir se ha convertido casi en un hábito de las distintas administraciones, con un grado de aplicación importante en esta Córdoba nuestra. Es cierto que la dichosa crisis que todavía nos azota ha justificado en parte la deserción de proyectos, pero en determinados casos esa misma crisis se ha erigido en la excusa perfecta para la desidia hacia algunas actuaciones.

Por citar sólo unas cuantas, y aun a riesgo de ser reiterativo, baste con decir que la capital cuenta con dos infraestructuras para la organización de congresos empantanadas en trámites administrativos, planes de obras municipales que ya se sabe que no estarán a tiempo y que nos costarán el dinero a los ciudadanos, arreglos de viarios que se eternizan, restauración de edificios -como la Normal- que no avanzan, servicios de transportes nuevos que se demoran en lo que es su puesta en marcha y así hasta completar un largo etcétera de proyectos.

Y si a todo eso se suma que falta diligencia para resolver cuestiones tan aparentemente elementales como organizar unos juegos municipales con garantías para los deportistas, solventar la falta de personal en los colegios o convocar unas oposiciones, por poner sólo algunos ejemplos, pues se genera una situación de desconfianza lógica.

Cuando se plantea todo esto, no se trata de buscar culpables y señalar a unos y a otros, sin menoscabo de que al que le toca gobernar adquiere más responsabilidad en el yerro. La cuestión es que, acertadas o no, cuando se toman decisiones hay que tratar de asegurar antes que se pueden ejecutar y pensar menos en el impacto mediático que genera el anuncio. Con capacidad de trabajo y voluntad, es posible hacer cosas. En caso contrario, se corre el riesgo de que se cumpla aquello de que "lo que mal empieza, mal acaba". Es decir, inacabado.

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