Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La ciudad de los espejos

Córdoba como ciudad de los espejos, como reinvención quizá, como disparo. Córdoba como cualquier ciudad del mundo, como amalgama múltiple y coral, enfrentada y diversa, de una realidad que se repite en la fragmentación de cada instante. Córdoba como Nueva York, minimizada, en esa esencia tránsfuga y tranquila, que esconde la verdad de su revés. Así es la visión actual de la ciudad, casi de cualquier ciudad: la multiplicación de lo minúsculo, la significación vacía de lo que ocurre dentro de un continuo movimiento. Precisamente uno de los grandes aciertos del novelista norteamericano Paul Auster consiste precisamente en eso: en haber sabido nombrar a la ciudad no como la ciudad aparece, no como se ve exactamente, sino como la ciudad parece, como la ciudad respira y significa. Es especialmente en la ya clásica Trilogía de Nueva York en la que la ciudad se muestra como territorio hostil al ciudadano, como laberinto de cristales transparentes en el que cualquier personaje se ve, extraño y solo, al lado de otros tantos con la misma extrañeza y una soledad idéntica. La globalización consiste en esto: no en la diversidad de los espejos, sino en un mismo espejo que contiene otros miles de espejos iguales y concéntricos, que se van repitiendo eternamente, en una clonación de lo visible, de manera que todas las ciudades, y todos los habitantes de esas mismas ciudades, sus ocios y sus sueños, sus deseos, sus desengaños y muertes, sus esperanzas y sus desesperanzas, vengan a ser, por fin, la misma cosa. Esta igualación no es una libertad, porque ninguna homogeneización lo es.

Vivimos, también, en dos ciudades: no sólo la del espejo repetido infinitamente, como en esos probadores de las tiendas de moda en las que la imagen se precipita en una caja china de cristal, sino también la que divide el mundo en dos mitades, cada una de ellas a un lado del espejo. La literatura de Paul Auster, como toda la verdaderamente moderna, es incompresible sin espejos, porque sólo en el espejo el hombre se confronta con una identidad que puede o que no puede ser la suya. También la literatura de un joven poeta cordobés, llamado Nacho Montoto, tiene mucho que ver con los espejos. He leído tarde, pero con deslumbramiento, un cuaderno titulado así, La ciudad de los espejos, con unas prosas poéticas de plasticidad y misterio, pobladas de conflictos y matices, originalidad y frescura y, a la vez, un ritmo musical de potencia rotunda, muy cercana al mejor hip-hop español de ahora mismo: "Las calles llenas de botellas ahogan las aceras las gargantas de los jóvenes las terrazas de los bares el sol fuego en una mesa que abrasa el aluminio derrite el carmín de los labios". Cada uno escribe su ciudad, que puede ser sombría o resplandeciente, abrasadora o glacial, infinitesimal o única.

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