Vista aérea

Alejandro Ibañez Castro

Hasta el churrero

ALZÓ su mano para pedir la palabra. Casi inmediatamente, como no podía ser de otra manera debido a su condición de persona de reconocido prestigio, el ponente que estaba exponiendo un tema urbanístico menor calló y con un leve gesto le pasó el turno de voz. Nuestro personaje invitado carraspeó y muy parsimoniosamente abrió una botellita de agua, se sirvió, cerró la botella y la colocó en su lugar de nuevo y luego, tomando su copa, casi como si de un cáliz se tratara, se la llevó a sus labios y tomó un breve sorbo. Separó un poco su silla de la mesa, carraspeó de nuevo, y dirigió su mirada hacia abajo. Llegados a este punto el resto de los asistentes a la reunión habían perdido ya el hilo del asunto y cada uno pensaba en sus cosas así como si al prestigioso pensante se la había caído algo al suelo. De hecho hubo dos personas que iniciaron su levantada para ayudar a buscar el objeto de la mirada. En ese momento el honorable miembro de la comisión levantó la cabeza, se aclaró la garganta de nuevo y dijo: "Es mi opinión que el asunto que estamos tratando necesita ser observado desde otras perspectivas y entiendo que se debería dejar el asunto sobre la mesa hasta tanto no se haga una visita al lugar, pero en globo, para así tener una visión de conjunto mucho más amplia". Evidentemente había perdido algo más que su prodigiosa próstata.

Hechos verídicos como el anterior son más frecuentes de lo que parece y seguro que muchos de nosotros hemos sido testigos de unos cuantos más o menos semejantes. Afortunadamente llega el cambio de ciclo, el verano. Y es que no se habla de otra cosa. Como todos los años, la gente comienza a tener mucha prisa, las interminables reuniones de la larga temporada de otoño-primavera se acortan a las estrictamente necesarias, incluso se suspenden y todo, lo que, en cierta manera, corrobora que tampoco eran tan precisas, por lo menos más allá de justificar las galletas y el café. Aquellas reuniones que no hay más remedio que convocar son divertidas, además de muy cortas, pero efectivas, pues además del problema del quórum -los miembros de reconocido prestigio ya no acuden, están en la playa con el cubito y la pala- los sustitutos hablan poco o nada y la verdad que deberían hablar más porque al estar poco contaminados no utilizan la jerga de los iniciados y la cosa resulta fresca y novedosa. Y a falta de solemnes sesiones deliberativas y con objeto de ganar tiempo ante la carrera de fin del mundo 2008 que puede representar agosto, nada más tonto que el que tiene que decidir decide y el que puede delegar, pues eso.

Y no pasará nada, aunque se suspenda el pleno sobre el estado de la ciudad, que para eso está el siempre irremplazable septiembre donde tal vez, sólo tal vez, en el debate sobre las medusas que nos picaron, esquivamos o fuimos capaces de cazar de forma heroica ante nuestros niños y público en general como primer y único punto del orden del día, podrá incluirse, como asunto de urgencia, la nominación de la gerente de la Fundación de la Capitalidad Cultural o puede que, como siempre, quede para los ruegos y preguntas, más bien rogativas de que se resuelva algo antes de que llegue el innombrable 2016.

De todas maneras nada de lo anterior parece importante ante la última que se avecina y que alguien debería solucionar de forma satisfactoria, la inminente marcha de vacaciones de nuestro churrero de cabecera, pues de nuevo, y parece que sin remedio, nos dejará una temporada solo ante una miserable tostada de pan descongelado y bañada en aceite lampante.

Afortunadamente nos queda algo que no toma vacaciones, el único punto del mundo donde el sol tiene dos tonalidades distintas, ese arco de la Plaza Ochavada de Aguilar de la Frontera, frente a la taberna de El Tuta, que sirvió de inspiración a Vicente Nuñez para su Ocaso en Poley.

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