Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Las cenas de empresa

L A gente se reúne, da luz verde a todas las pulsiones anteriores. Estamos en la fiesta mantenida, que ya es fiesta coraje o plena fiesta, porque la vida se nos hace corta y el anhelo es el nervio de cualquier revolución. La revolución real, la cotidiana, consiste en enfundarse en largos brindis, en hacer de la urgencia laxitud. Estos días, pasear por las calles de Córdoba es esencialmente una revelación de espuma suave, una aminoración de la ansiedad. Toda celebración crea ansiedad, pero no ésta, que es, en realidad, una liberación de las presiones. ¿Qué es la Navidad, después de todo? Un dejar al lado, enterrada quizá por unas horas, toda obligación cansina y torva. Un hacer detalle del encuentro, que puede ser plural, aventurero, en cada esquina abierta hacia mañana. El tramo más fiestero, el tramo más bromista, el tramo de ebriedad más pronunciada es el que corre entre el 26 y el 31, con esa noche breve, noche fiesta, que es realización de un sueño esquivo, una exaltación brutal de los abrazos.

Entre el 26 y el 31, por mucho que se afile el frío de invierno, hay una primavera natural que es primavera interna, primavera íntima quizá, una floración de los sentidos. Las comidas se funden con las cenas, las cenas se solapan con las copas, y después la mañana gutural pone cada brindis en su sitio. Según una encuesta reciente, el 33% de los españoles de uno y otro sexo reconocen haberse besado, alguna vez, con un compañero o compañera del trabajo en una cena de empresa. La estadística aquí, con su comercio, con su margen de error muy disculpable, nos muestra esa tensión acumulada, la de una turbación en la oficina, la del cansancio lóbrego de horas, que puede volverse lóbrigo quizá con la debida dosis de daiquiris. La gente, en las cenas de empresa, dispara a todo lo que se mueve o le entra a todo lo que se mueve, en plan declaración festiva y sana, reaviva la amistad del ascensor, del café matutino o del almuerzo y la convierte en lazos inviolables, o demasiado violables. La gente, en las cenas de empresa, puede hasta rendirse al karaoke, darle al canto breve y espumoso, brindar por los presentes, lo ausentes, que nunca están de más.

La gente, en fin, se ríe, alarga sobremesas vespertinas y las convierte en ciénagas nocturnas, y esto es porque vivimos demasiado blindados, constreñidos por una vida exacta y minuciosa, de pasos y de vida acumulada que convierte el deseo en juventud y la juventud en deseo. Estas cenas de empresa nos relajan, nos hacen distanciarnos de ser nosotros mismos.

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