DESDE LA RIBERA

Luis Pérez-Bustamante

¿Cuál es el castigo para esas bestias?

EL miércoles pasado me fui de excursión con la guardería de mi hijo al zoo. Unos 40 niños, acompañados de menos de la mitad de padres, paseando entre las jaulas de los animales mientras establecían sus particulares conversaciones con la elefanta, el tigre, el eternamente tumbado matrimonio de leones o los siempre antipáticos hipopótamos. Carreras y locuras que en dos horitas largas me hicieron valorar el buen trabajo de sus profesoras en el colegio San José. La única lástima del día fue comprobar que la sustitución de Rosa Candelario por Curro Cobos al frente de este parque se ha traducido en un incremento de la suciedad y cierta sensación de deterioro impropia para una obra que no tiene ni tres años. Debe ser el peaje del ecologismo malentendido. Hay que cuidar a los animales, pero sepamos valorar los cientos de niños que pueden aprender a hacerlo mejor si los conocen a los animales.

A lo que íbamos. Decía que disfruté de la jornada con intensidad, la misma con la que aquel día periódicos, radios y televisiones desgranaban la historia de Josef Fritzl, el monstruo de Amstetten. La historia de una cosa -no creo que merezca un calificativo humano- que durante 24 años mantuvo secuestrada a su hija para violarla a su antojo, pegarle, humillarla y convertirla en madre de sus propios hijos-hermanos. Un ente, este Josef, en el que se catalizan todas las maldades que puede atesorar el género humano. Una versión completa de Menguele, Himmler, Jack el destripador y cuantos monstruos se nos puedan ocurrir.

En esos 24 años, Elisabeth, la pobre víctima de este calvario, engendró siete hijos, de los que uno murió -su padre-abuelo lo incineró como en los peores días de Auschwitz-, otros fueron trasladados al hogar familiar de su padre y otros tres vivieron recluidos en un sótano sin ver la luz, ni el sol ni saber que existía un exterior. Una vida en una casa de los horrores en la que imperaba un régimen de miedo. Más bien de pánico. Una vida a expensas de que el salvaje de su padre-abuelo bajara las escaleras para recordarles que la vida puede ser el peor de los sitios en los que vivir. Una vida, al fin, en la que lo mejor que puede pasarte es morir. Imagínense ustedes qué les queda por pasar en el futuro a esas criaturas. Da miedo sólo pensarlo y más aún cuál es el castigo que debe recibir esa bestia que les ha marcado para siempre.

Aquí, en España, esta semana ha comenzado la caravana de Juan José Cortés, el padre de Mariluz, para pedir la cadena perpetua para el asesino de su hija y cuantos cometan tales aberraciones. Difícilmente logrará su objetivo, por muchas firmas que recoja, porque no es políticamente correcto lo que pide. Sin embargo, uno, que es padre, ve razonable su petición. Aunque en el fondo de su ser se le ocurran castigos peores para bestias como Josef Fritzl.

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