Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La cancha de Felipe

FELIPE Reyes ahora se pasea en la ACB, se ha vuelto para él una cancha de barrio en la que marca todas las canastas. Que los aros de la más alta competición española sean para Felipe algo parecido a los de casa, a esas viajas canastas del Maeztu en las que tanto él como su hermano Alfonso aprendieron a jugar al baloncesto, no es sino otro techo de su juego, otra prueba más de que este chico es capaz de jugar cualquier partido con ese control duro, algo fardón, con que se ha ido forjando la leyenda de cualquier partidillo de recreo. En ocasiones, ver jugar a Felipe Reyes da la sensación o el espejismo de estar asistiendo, en realidad, a un partidillo de recreo, con la única salvedad de que sólo lo es para Felipe, enchufándolas o reboteando, con esa facilidad espontánea que todos los chavales tienen alguna vez con las canastas de sus institutos.

Para cualquier jugador de baloncesto en edad formativa, ya sea invierno o verano, haga un calor terrible y agosteño, llueva o haga frío, una cancha vacía o con jugadores y un balón es todo lo que se necesita para pasar el tiempo. Petrovic lo explicó muy bien cuando le preguntaron una vez por el secreto de su acierto en los lanzamientos: era, sencillamente, que cuando los demás acababan los entrenamientos él seguía tirando una hora más. Así un día, y otro, hasta que se comió al Real Madrid de Fernando Martín para fichar después por él, antes de partir a la NBA para fracasar en Portland y triunfar, de manera exuberante, en los New Jersey Nets, con el número 3 a la espalda, para dejar claro a sus compañeros que los tiros de tres puntos eran cosa suya. En cualquier lugar del mundo hay una cancha de baloncesto con un muchacho solo lanzando sin parar, durante una hora, durante dos. O jugando un tres contra tres, toda una tarde de domingo, incluso después de haber jugado el partido de la competición el día anterior, o un dos contra dos, o un concurso de triples. Así, durante horas, y más horas, para que salga un Pau Gasol no de cada generación, sino de todas las generaciones hasta aquí. Es lo que le ha pasado a Felipe Reyes: que ha brillado por sí solo en el grupo más brillante de nuestro baloncesto para quedarse en España, afortunadamente para nosotros, pero puliendo su juego cada temporada, cincelándolo.

Sin embargo, Felipe Reyes sigue jugando como si estuviera en la zona de su colegio, con esa facilidad. Se ha debatido mucho sobre sus posibilidades en la NBA. Frente a la musculación estadounidense, Reyes ofrece músculo sensible: una inteligencia muy despierta en el marco menudo de la zona, una precisión de bailarín. Juegue donde juegue, la cancha es de Felipe.

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