Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

La cámara de más

NUESTRO periodismo abusa de las declaraciones, por lo que no debe extrañar que hasta el pícaro consiga entrecomillados en portada. Sale en libertad bajo fianza un imputado en delitos corrupción y, a la puerta de la cárcel, se explaya ante los medios con una escenificación propia de quien acaba de ser declarado inocente. El encausado alza la mano en señal de victoria, intentando cambiar el sentido de aquellos titulares que lo situaban en el extrarradio de la legalidad. Ciertos medios lo rehabilitan, sin que haya mediado sentencia, y expanden el desahogo de aquél con declaraciones del tipo "tengo una paz interior muy grande" u otras lindezas que esquivan el núcleo de la cuestión. Poner altavoz al imputado, sin contrastes, relega a un segundo plano la voz de la opinión pública, que repudia a quien se supone ha metido la mano en la caja pública y llenado unos bolsillos que se decían de cristal.

En la Costa del Sol se repite la experiencia del insolente convertido en perseguido. El falso periodismo de la cámara de más lo presenta como una víctima de un mundo al revés, donde los pillos se convierten en protagonistas de gran público, y la Justicia y la opinión pública permanecen fuera de foco. Si los medios prestasen semejante atención a los imputados en otro tipo de delitos, podrían llegar a ser acusados por apología del terrorismo… Con cierta bazofia política opera, en paralelo a la acción de la Justicia, la lógica mercantil de los medios más alejados de la ética y los intereses reales del país.

No se pone micrófono a la población estafada, que es la cara oculta del gran público invisible que hace audiencia. No hay pedagogía social alguna. Asistimos a hagiografías de la escoria, cuando la sociedad se revuelve contra dificultades económicas causadas, en parte, por los que abrieron la espita municipal de la corrupción inmobiliaria.

Desde la ignorancia -decir lo contrario sería hablar de complicidad-, los llamados a defender el Estado de derecho creen que éste ampara el espectáculo continuo del falso periodismo. En altas esferas del poder se tiene verdadero pánico a los medios de desnutrición cultural masiva. Mejor mirar hacia otro lado que ser acusado de censor, aunque se trate únicamente de amparar la dignidad y los derechos de los ciudadanos. La libertad de expresión no se compadece con un falso periodismo que invade la privacidad y se maneja sin límites en la técnica constructiva del escándalo como espectáculo. Los medios más degradados, que actúan sin otras cortapisas que las que atañen a la cuenta de resultados del negocio, pueden llegar a ser las termitas de las libertades públicas y de las instituciones. La cámara de más suele ser periodismo de menos...

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