Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

El cachete

ES una pena que no exista un método de evaluación educativo destinado a los adultos semejante al Informe PISA para examinar, no ya su aptitudes y conocimientos culturales (el fracaso escolar está íntimamente relacionado con las circunstancias familiares), sino para evaluar todas las propuestas que, a su juicio, serían necesarias para reparar las deficiencias del sistema de enseñanza. Si contáramos con tal informe estoy seguro de que el panorama sería desolador en muchos aspectos; por ejemplo, respecto a la media de nutrientes culturales que ingerimos los adultos. Es más, en muchos casos no superaríamos una comparación con los estudiantes. Pero donde el hipotético informe revelaría la existencia de una verdadera empanada cerebral es en relación a las soluciones necesarias para reconducir las deficiencias del sistema. Todo el mundo se ha lanzado a dar su receta sin ningún pudor, algunas de ellas inflamadas de un despotismo que realmente asusta.

La sección política, espoleada por un profundo sentimiento de frustración y por el miedo a perder credibilidad, no se ha quedado al margen. Varios grupos parlamentarios -PP, PNV, CiU y Coalición Canaria - se han conjurado para defender en el Senado una enmienda para legalizar el guantazo como método pedagógico. La iniciativa es inquietante. Se supone que cualquier enmienda en el Código Civil obedece a una necesidad o insuficiencia que es necesario reparar. ¿Cuál es la carencia que justifica esta peculiar iniciativa? Hasta donde sabemos, no se ha producido ninguna sentencia contra el empleo del jarabe de palo familiar, por lo que hay que descartar la existencia de una laguna o malentendido jurídico que esté frenando los métodos pedagógicos más contundentes. Hemos de pensar, por tanto, que se trata bien de incorporar a la ley, a la vista de cómo están las cosas, la vieja técnica del sopapo para su utilización universal y sin restricciones, o bien de inventar un amparo legal ante el previsible endurecimiento de las técnicas de instrucción.

Pero si la enmienda es expresiva de la confusión que ha generado el PISA lo es aún más el debate que ha suscitado entre detractores y defensores del cachete. Entre éstos últimos la variedad es singular. Hay quienes abogan por el sopapo en sus diversas variantes (suave, fuerte, esponjoso, muelle o aterciopelado) o bien por el zapatillazo, quizá pensando en que la calidad de las alpargatas (no es igual que te den una tunda con unas geox flexibles de esas provistas con suela que "respira" que con una de mercadillo) es determinante. La variedad es casi tan infinita como las propias familias y las alternativas para cauterizar las heridas abiertas por el informe.

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