A regañadientes, asustada ante una contienda complicada con un rival enloquecido por la cólera, el odio y las ansias de venganza y con la posibilidad cierta de perder, Susana Díaz anunciará -si no lo ha hecho ya cuando este artículo se publique- su intención de hacerse con la secretaría general del PSOE en los próximos días. Sin duda esa es su aspiración desde hace muchos años, pero creo que no de esta manera. La presidenta andaluza, poco conocedora de la realidad más allá de Despeñaperros y de algunos despachos madrileños, creía que sería ungida como lideresa sin discusión ni debate, por aclamación y que aparecería como la salvadora del socialismo español entre los aplausos de todos los suyos. Y va a ser que no, que tendrá que batirse el cobre.

No creo que existan dudas de que pese a suscitar evidentes rechazos dentro de su partido, y no digamos fuera de él, Susana Díaz es hoy la mejor de las opciones de las que dispone el Partido Socialista para intentar evitar la ruptura y para garantizar su papel como alternativa de gobierno, con una oferta de centro izquierda ni radical ni subsidiaria de Podemos. No asoman otros líderes capaces de asumir tal desafío: si existen, que es posible que existan, están agazapados observando y, quizá, esperando a que Díaz y Sánchez se destrocen en esta batalla.

La opción Sánchez es lamentable, dañina y peligrosa para su partido, que se romperá si gana, pero sobre todo para España. Este sujeto está dispuesto a todo para vengarse y obtener el poder, cualesquiera que sean las consecuencias de ello. No hay más que ver la tropa de apoyos que ha exhibido hasta ahora: con la honrosa excepción de Margarita Robles, persona sensata y jurista sobresaliente, lo demás es el triste panorama de gente que simplemente busca una reivindicación personal o pretende ajustar cuentas.

Desde nefastas exministras como Beatriz Corredor, a quien en el ministerio se la recordará por no haber tenido una sola idea propia y por haberse dedicado a la defensa de sus intereses personales corporativos, hasta guerristas defenestrados que ven en esa operación la posibilidad de volver a salir brevemente en los papeles, pasando por diputados dedicados a calentar el escaño durante años.

Le resulte cómodo o no, Susana Díaz no tiene más opción que presentar su candidatura y cerrar el paso a esa colección de agraviados sin más ideología que el poder y la venganza. No es una buena gestora, de ello podemos dar fe quienes vivimos en Andalucía, pero hoy por hoy es lo menos malo para España.

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