NO hay nada más raro que repasar lo que uno ha hecho en el año que está a punto de terminar. Cojo una agenda y repaso algunas de las cosas que he hecho en este 2007 (un año que nunca imaginé que llegaría a vivir cuando era joven). La mayoría de cosas que veo anotadas ya las había olvidado. En cambio, otras que recuerdo muy bien ni siquiera me tomé la molestia de apuntarlas. Y qué raras son algunas de esas cosas. Por ejemplo, un encuentro que tuvo lugar en enero, en Madrid, con un hombre que había negociado con la dirección de ETA (¡en tiempos del PP!). Me hubiera gustado preguntarle muchas cosas a aquel hombre, por ejemplo dónde quedaron (¿en un vestíbulo de hotel, en una estación de tren, en un aeropuerto?), y qué hicieron para reconocerse (¿llevaban un periódico doblado bajo el brazo, como en las películas, o alguien les había explicado cómo era la persona con la que iban a entrevistarse?). También había otras cuestiones que me intrigaban. ¿Qué hicieron al verse: sonrieron, se dieron la mano o miraron al vacío aparentando indiferencia? ¿Se cedieron el paso antes de entrar en la habitación? ¿Se trataron de usted? ¿O llegaron en algún momento a tratarse de tú? ¿Contaron algún chiste para romper el hielo? ¿O prefirieron conversar un poco del tiempo, de fútbol, de algún concurso de la televisión, tal vez de Gran Prix, ya que Gran Hermano no existía aún?

Todos estos detalles me parecían intrigantes, porque son las cosas que ningún político cuenta si algún día llega a escribir sus memorias (a no ser que se trate de un narrador nato, y entre nuestros políticos no abundan los buenos narradores): qué ropa llevaban unos y otros, qué fumaron -si es que fumaron- o qué cosas pidieron cuando llegó el camarero (¿un cortado con sacarina, un café con leche muy cortito de café?). Pero aquel día de enero, hace casi un año, nos despedimos sin que yo le preguntase nada a aquel hombre (de todas formas, no me lo hubiera querido contar), así que el encuentro se disolvió en el vaho nocturno de una ciudad ruidosa.

Si sigo mirando la agenda, descubriré que durante este año he hecho muchas cosas que no sólo son improbables sino por completo inexplicables, aunque yo esté seguro de que han sucedido y por tanto son ciertas. La vida tiene estas cosas. Casi todo lo que hacemos es una nube de vaho que flota unos segundos ante nosotros (aunque nosotros seamos ese vaho) hasta que desaparece sin dejar rastro en la oscuridad. Y ahora, cuando se termina el año, uno repasa lo que hizo y se da cuenta de que todo eso ya no es más que una ficción que guardamos igual que guardan los viejos esos títulos de propiedad que ya no valen nada, pero que les hacen creer que alguna vez tuvieron algo que valía mucho y que por ello su vida fue feliz. Feliz año.

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