Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El año plomo

SE va el año plomizo, el año esquivo, se va el 2007 que pudo ser el año de Eva Green y ha acabado siendo el del hastío: un hastío político de aúpa, una melancolía de transiciones, de entusiasmos oníricos, tardíos, con la esperanza puesta en un mañana que ahora se nos muestra remolón, dormido con las ganas panza arriba, cansado de tropiezos añadidos. El 2007 ha sufrido demasiados tropiezos añadidos, muchas zancadillas invisibles o demasiado visibles que siempre nos sacuden la verdad, nos la mezclan con cebos, con gazapos, desviando la atención de la mirada pública, que siempre se sumerge en otra parte, a menudo lejana de lo que nos importa de verdad.

A este paso, la gente se apartará de la política porque la política cansa, y cansan los políticos, y agotan, y enfurecen, y cansan otra vez, y nos defraudan, y engañan, y hasta aburren. Al final, la gran conquista democrática que fue tomar conciencia de una soberanía nacional ha acabado siendo una abdicación por sobredosis, una saturación por un mal uso de la representatividad de todos. Los políticos, protagonistas plomo de nuestra vida pública, están ahí para hacernos la vida más amable, más civilizada y más coqueta, y sin embargo se hacen plomo líquido, plomo diluido y plomo tosco, plomo sin tratar, plomo que se ofrece muy poco ilustrado, convenido, plomo muy, muy plomo, igual que la columna ya es de plomo y este año tardío, el 2007, ha sido el año plomo.

El 2007 parecía que iba a ser un año esbelto como la silueta de Eva Green. Un año hermoso como sus ojos, de esmeralda rugiendo en un corazón ancho de tigresa. El 2007, quizá a veces, quizá algunos momentos, ha sido un año hermoso, pero siempre saliendo del asunto de las comparecencias, las sesiones, las comisiones y las ruedas de prensa tumefactas, no muy diferentes, en el fondo, del espectáculo mísero de las televisiones privadas, siempre, y de las públicas a veces. Del 2008, en cambio, un año rechoncho y regordete, un año espeso, muy simpático, no esperamos nada o casi nada, porque sólo tememos lo peor: la radicalización, torpe y continua, del negocio de la política, que viene a ser, día a día, una sucesión de embustes públicos buscando la mejor poltrona imaginable. De aquí a las elecciones esto va a ser la guerra: una guerra torpe de ironía, una guerra de broma muy a lo Gila, que nos dará jaquecas, turbaciones, depresiones y ataques de ansiedad. Después, otro comienzo, otra legislatura y al ataque. Es lo que nos espera el 2008: un año cansado de antemano, quejumbroso al nacer, quizá sin autoestima, ilusionante.

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