TENGO 39 años. En el documental que Buñuel rodó en Las Hurdes a principios del siglo XX, las mujeres vivas con mi edad parecían ancianas al borde de la muerte. Normal. Habitaban en zahúrdas. Parían como bestias. Nada que ver con las mujeres que veraneaban en la Malvarrosa. Las cosas no cambiaron demasiado en la España rural de posguerra. Las mujeres seguían muriendo jóvenes con cara de vieja. Sólo que vestidas de negro, de la cabeza a los calcañares, viudas de maridos mal muertos. La esperanza de vida creció exponencialmente a partir del desarrollismo de los 60. Incluso en las zonas más deprimidas del interior. Pero se mantuvieron las diferencias en términos relativos con Madrid, Barcelona y otras ciudades del Norte peninsular. Los índices comenzaron a converger con el advenimiento de la democracia, el ingreso de España en la CEE y la consolidación del consumo globalizado. A mayor índice de bienestar, mayor esperanza de vida. Hoy todos aspiramos a morir viejos con la cara disecada. Afortunadamente.

A nadie se le pasa por la cabeza comparar nuestra situación social con la que padecieron aquéllos hombres y mujeres de Las Hurdes. Ni siquiera con la de hace 30 años. Lo que no impide el análisis y la crítica en el caso de que persistan las desigualdades entre los territorios del Estado. La Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Andalucía estima que los andaluces nos morimos antes que la media española. El informe prevé que alcanzaremos la convergencia con Navarra en el año 2020 y con el resto de comunidades entre 2014 y 2018. El dato estremece por dos razones: primero, porque ratifica la última posición de Andalucía en los indicadores de bienestar causantes de este desequilibrio; segundo, porque inculpa a la Administración autonómica como responsable de la situación, dado que hace más de dos décadas que posee las competencias necesarias para solucionarla.

Este diagnóstico pesimista coincide con el emitido hace unos días por el Observatorio Económico de Andalucía. De nuevo nos coloca a la cola europea en desempleo, educación, daño medioambiental, sanidad, productividad o innovación empresarial. Recuerda la seria amenaza que se cierne sobre nuestra tierra con la pérdida de los Fondos Estructurales y otras ayudas europeas. Advierte de la desestructuración, precariedad y parasitismo de nuestra economía. Hace mella en el pésimo modelo de financiación y funcionamiento de las administraciones públicas. Y, tras exponer otros males por el estilo, propone como solución renunciar la deuda histórica. Yo me froté los ojos. Para este órgano dependiente de la Junta de Andalucía, la mejor manera de converger consiste en no cobrar la partida destinada a la convergencia, derogando la cláusula incluida por Clavero en nuestro primer Estatuto para que los andaluces no seamos más pero tampoco menos que nadie.

Adiós al mito. En Andalucía se vive peor y nos morimos antes. Otra cosa es que a nadie le importe. Por eso sonríen los ignorantes. A beber y bailar que estamos en Mayo.

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