Desde que el 13 de junio de 2015, con el apoyo de Izquierda Unida y la marca blanca de Podemos, Isabel Ambrosio se convirtió en alcaldesa de la ciudad, algunos, bastantes, la hemos criticado duramente, creo que con muy sólidos argumentos. Su falta de liderazgo, la carencia de un proyecto de ciudad mínimamente articulado, su incapacidad para evitar rencillas entre su equipo de gobierno o su poco gallardo silencio ante duros ataques a algunos de sus socios la han hecho merecedora de tal censura. Isabel Ambrosio no está, hasta hoy al menos, a la altura del cargo que ocupa. Es un clamor, y no sólo entre quienes no la hemos votado.

Reconozco, sin embargo, que en alguna ocasión al escribir alguno de esos artículos, y sobre todo al verlo publicado, he llegado a tener una cierta sensación agridulce y me ha asaltado la duda de si la crítica había sido excesiva. El reciente congreso provincial del PSOE me ha tranquilizado, ha eliminado todas mis inquietudes y ha disipado incertidumbres: nadie ha osado formular una enmienda tan salvaje a la gestión y a la personalidad política de la alcaldesa como sus compañeros de partido, a la que deliberadamente han excluido de cualquier responsabilidad en el partido, más allá de su pertenencia a la ejecutiva por razón de su cargo, ninguneándola de manera pública. Es llamativo que a la primera alcaldesa que el PSOE ha tenido en Córdoba en democracia se la postergue de ese modo e intuyo que su poco sigiloso movimiento en apoyo de una candidatura alternativa a la oficial ha sido interpretado como una deslealtad y le ha pasado factura. Un error imperdonable en quien ha echado los dientes en el partido y sabe cómo se las juegan los aparatos. Los del PSOE y los de cualquier otro partido.

Pese a todo, es muy posible que le hayan hecho un favor. Siempre he sostenido que si José Antonio Nieto no hubiese sido presidente del PP de Córdoba hoy seguiría siendo alcalde con una mayoría muy holgada. Tuvo liderazgo ciudadano claro y autoridad indiscutida entre propios y ajenos. Un alcalde con mayúsculas. Pero pagó los platos rotos de la corrupción y la incompetencia ajena. Los alcaldes, cuanto más lejos de las cúpulas de los partidos mejor: su pertenencia a ellas genera una sensación de prevalencia de los intereses partidistas sobre los de la ciudad que el ciudadano castiga. Su mejor haber es poner a sus vecinos por encima de cualquier consideración. Es muy posible que lo único que, después de cuatro años de alcaldía, pueda presentar Isabel Ambrosio en 2019 sea eso, estar fuera de esos órganos partidistas. Sin duda, un curioso efecto colateral de su defenestración pública.

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