Juan Manuel Moreno tiene ante un sí un complejo reto: pasar de ser el yerno perfecto de la clase conservadora andaluza al presidente andaluz. Hasta la fecha, lo primero creo que lo logró, y dudo de que haya suegra votante del PP que no lo quisiese sentado a su mesa en Nochebuena. Siempre pulcro, con ese aire de no pasarse nunca de las tres cañas, de ponerse el delantar y cocinar con buena mano, de cambiar pañales sin que se le pueda poner un pero, de doblar bien los jerseys para que no le salgan bolas y de no discutir nunca con el suegro. Como yerno, ya digo, perfecto, pero una cosa es eso y otra tumbar a Susana Díaz. Por eso da la impresión de que o mejora el discurso el líder popular o se queda en la orilla, pues lo que el sábado explicó ante las Nuevas Generaciones de su partido no le da para el asalto que pretende. Estuvo allí Moreno abstracto y generalista, con ese discurso hueco de los buenos y los malos. Queda en su descargo que ante un público joven, como era el caso, casi todo político suele caer en ese populismo de baratillo, pero aún así se aprecia como demasiado frecuente esa tendencia suya a no ahondar en propuestas y pensamientos profundos que puedan sacar a Andalucía de su laberinto. Cosa que ocurre quizá porque no tenga ideas para ello ni equipo que se las suministre o quizá porque piensa que, como en tantos otros lugares, aquí en esta tierra se puede ganar sentado y esperando que el rival se equivoque. Con eso y el discurso vacío de asaltaremos el cielo parece que se maneja, sin darse cuenta de que por aquí asaltacielos hay a porrillo, gente mucho más versada que él en revindicar el derecho a la felicidad y la alegría, de dar besos a los bebés en los parques y abrazos a las tenderas en los abastos. Por ahí no logrará Moreno lo que quiere, mientras que muchos profesionales liberales, funcionarios y trabajadores de todo gremio sí que están a la espera de propuestas serias que permitan tener una esperanza de que Andalucía puede dejar de ser este reino de la subvención vicaria, el paro y el enchufe. Cansadas de todo eso hay de hecho más personas que nunca y el escenario se presenta franco: con una Susana en debilidad, un Ciudadanos oficinesco, una IU en decadencia y un Podemos kichitarifeño. Quiero decir con esto que Juan Manuel Moreno puede ser quien acabe con este socialismo longevo, no lo dudo, pero por ahora parece más proclive a quedarse removiendo el café los domingos en dorados salones. No es lo mismo ganarte a la suegra que ganarte al electorado, y o Moreno cambia el paso o el síndrome de Arenas acabará por hacerse patología en él hasta congelarle su sonrisa de padre esforzado y yerno ideal.

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