Para todos los que deseosos de que se produjese un cambio en el funcionamiento interno de los partidos, a izquierda y derecha, y se permitiese de manera real la participación de los afiliados en la elección de sus dirigentes, la experiencia del domingo pasado en el PSOE no puede ser más descorazonadora. Si la denominada democracia interna es eso, aquellos partidos que hayan adoptado el modelo de elección directa por la militancia, y sólo la militancia, deberán plantearse seriamente abandonarlo y, por supuesto, aquellos que por fortuna todavía no hayan sucumbido a ello tendrán que analizar lo ocurrido y actuar en consecuencia.

Es posible que buena parte de la militancia socialista, más de la mitad, deseosa de venganza y embriagada por el odio hacia lo que identificaban como la vieja guardia y la casta del partido, esté satisfecha e incluso orgullosa por el desarrollo de los acontecimientos y la elección de Pedro Sánchez, cuyo arrojo es tan grande como su manifiesta incapacidad para hacer del PSOE un partido ganador, como secretario general. El problema está en que el partido queda fracturado -por muchas llamadas a la unidad que hagan y que suenan falsas cual moneda de madera- y, sobre todo, que una gran parte de los votantes del PSOE, aquellos que sin ser militantes votaron en su día de manera masiva a ese partido, no participan de la declarada voluntad del elegido en radicalizar su izquierdismo, entregarse en brazos de Podemos y negociar con cuestiones hasta ahora indiscutidas como la unidad de España.

Es evidente que los principales beneficiados en términos electorales son el Partido Popular y, sobre todo, Ciudadanos que, sin duda, captarán cientos de miles de votantes progresistas que rechazan, cuando no detestan, las complicidades y las alianzas con populistas e independentistas.

Todo ello lleva a la cuestión central de la colisión entre militantes y votantes. No hay duda de que ambos no siempre piensan igual y que los primeros son más radicales que los segundos y sus posiciones, en ocasiones, obedecen a estrategias de poder y de control de la organización y las listas electorales. No sólo en el PSOE, ciertamente, pues ese es un mal compartido por todos los partidos españoles y que se manifiesta especialmente con la ausencia de poder. La asignatura que todos ellos deben estudiar a fondo es cómo conseguir la participación y la implicación de quien les hace ganar las elecciones, los votantes no militantes, para evitar que la radicalización de las bases les conduzca a ejercicios de onanismo político que, en última instancia, les aleje de modo definitivo de aquéllos. Ganar congresos puede no servir para ganar elecciones.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios