Fuera de cobertura

Elena Medel

Ver para creer

ENRIQUE Bunbury militó en Parchís: era la ficha suplente, la piedrecita que los abuelos toman para sustituir las piezas perdidas del tablero. Tu colección de vídeos reproduce en bucle la escena de Ricky Martin, la niña, el perro y los adornos de tus desayunos. Si reenvías este artículo salvarás a diez gatos, protegerás la selva amazónica, te canjearán doscientas firmas por un ordenador gratis. Confiamos en su veracidad igual que los niños atienden a las ventanas cada cinco de enero; no nos importan los datos, los argumentos, las cifras o las pruebas que certifiquen -o no- su mentira. Más allá de las leyendas urbanas y los malentendidos, lo de ver para creer es cada vez más refrán, y menos costumbre.

De la película Clandestinos, dirigida por el cordobés Antonio Hens, habrán tenido noticia por las páginas de política o sociedad. Ha caminado por las secciones de Cultura de puntillas, de forma casi tan etérea como su paso, imperceptible, por las pantallas. En Madrid apenas sobrevivió una semana en cartelera; en Córdoba, desconozco si llegó a proyectarse en alguna sala de la ciudad o provincia, pero no le auguro más suerte que en la capital. Acaba de ganar el Premio del Público del Festival Ídem, quizá por empatía debido a la marea, quizá -¿qué es peor?- porque realmente la película gustó. Hablo de Clandestinos sin entusiasmo: por esas carambolas de la vida, confieso que la vi. Me pareció excesiva en su disparate -no en sus formas, tímidas incluso, ni en su mensaje, que aún busco- y, al mismo tiempo, un poco cándida, ingenua casi. No me gustó Clandestinos, ni la propondría como higiénico método de tortura, ni volvería a verla.

Y, sin embargo, la polémica suscitada en torno a Clandestinos me parece excesiva e injustificada. La publicación en Zero de una fotografía promocional, que exagera y desvirtúa una de las tramas del filme, ha sublevado a guardias civiles, miembros de partidos políticos y todo un abanico de españoles de bien, que no saben de qué habla Clandestinos, pero que de igual forma patalean, reclaman castigos y no se rompen la camisa por lo del cambio climático y el frío a la vuelta de la esquina. Antonio Hens, me temo, ha pagado el pato por filmar una historia diferente, atípica, que juega -no los derriba, no los ataca- con tabúes. El dedo en la llaga, supongo; ver para creer, y para aplaudir o atacar, espero.

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