Es extraña la fiebre. En cuanto bajamos la guardia nos asalta liberándonos de tensiones emocionales. Nos desconecta y nos recluye, para recordarnos que no somos invencibles y mucho menos imprescindibles. Pone las cosas en su sitio. Puedes drogarte de forma legal para intentar mantenerte en pie otro asalto. Entregar ese documento con alguna que otra errata. Minúsculas conclusiones en el plano consciente. Sumergidos en esos grados de más, experimentamos pequeños delirios. Esa irrealidad tan real. De alguna forma resulta catártica. Sudamos y expiamos una parte de los miedos acumulados para devolvernos algo renovados a lo que consideramos una vida normal.

Pero en realidad la fiebre es la resultante de uno de esos procesos que nuestro cuerpo pone en marcha de manera absolutamente automática. Un entorno más cálido donde nuestros leucocitos puedan ser más eficaces contra el enemigo exterior. Leyendo la explicación, uno recuerda "Érase una vez el cuerpo humano". Los leucocitos son activados por los gérmenes, y una de sus primeras acciones para comenzar a destruirlos es liberar en la sangre unas sustancias denominadas pirógenos. Los pirógenos le indican al cerebro que se está produciendo la infección. El cerebro es el encargado de determinar la temperatura del cuerpo, entonces para ayudar a los glóbulos blancos en su lucha contra los gérmenes, fija el centro termorregulador a una temperatura mayor. Los glóbulos blancos, encargados de descubrir y eliminar al agresor tienen una movilidad mayor a mayor temperatura. Así pues, la fiebre no es el enemigo. Dadas las circunstancias, es el clima que más nos conviene.

Anduve sorteando la gripe durante toda la semana, y en la recta final, caí. A partir de ahí, ya saben, sobres granulados, manta y líquidos preferiblemente muy calientes para seguir apoyando a nuestras tropas. Apenas un par de días después, valiente y dopado hasta las cejas, decidí volver a la oficina para cumplir con algunas obligaciones. Error. Al caer la noche el mercurio constataba lo que ya venía anunciando algún tiritón. La fiebre volvió, y ahí, hecho un guiñapo frente al ordenador aparecieron ellos como llegados de un país de fantasía. Con sus máscaras, sus capas y sus coronas bufonas, alzando la voz contra las cruces que arrastramos y los tópicos que no cesan sobre esta Andalucía desde hace un siglo. Particular homenaje a la Generación del 27 colmado de simbolismo. Costumbrismo y rebeldía. Antoñito Martínez Ares lo ha vuelto a hacer. Pequeñas epifanías para noches febriles aún en preliminares. "El perro andalú". Aquí la cuarteta final.

https://youtu.be/l_lX2G-_Xco

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