Cuántas veces habremos dicho esto los españolitos viendo a Rafa Nadal liarla en una cancha de tenis! Es un deportista formidable. Lo ha tenido todo: ha ganado lo más grande. Rey indiscutible de Roland Garros, conquistador de la hierba de Wimbledon, triunfador en la pistas rápidas, que tanto se le resistieron, oro olímpico en individual y en dobles en dos Juegos diferentes: un desafío permanente con un saldo tremendamente positivo. Pero el Rafa ganador es demasiado fácil de apreciar. Donde Nadal agranda su leyenda es en la derrota.

Todos hemos visto cómo Nadal se desinfló desde el número uno del mundo hasta caer a posiciones altas para cualquiera, pero bajas para lo que acostumbraba. La carrera de los deportistas de élite se apaga gradualmente. En su caso, las lesiones y una debilidad anímica confesada nos lo devolvieron al reino de los humanos. Nadal no perdió apoyo, quiero pensar, pero sí perdió presencia. Salía menos en la tele, menos torneos y muy pocas finales entre las que no podía contar ninguna de los cinco grandes. Es normal, nos decíamos los aficionados, el tiempo pasa y los tenistas son sustituidos unos por otros en lo alto del escalafón: el joven ciclón Nadal ya lo hizo en su momento. Pero Nadal es genial. En la derrota persistió, muchas veces arrastrando las piernas y la raqueta, otras sacando la garra que lo caracteriza, siempre compitiendo como un chaval que comienza a tener su oportunidad. Y mientras escribo esta columna anda peleando con su legendario rival (posiblemente el mejor tenista de todos los tiempos), el gran Roger Federer.

Nadal y Federer, Federer y Nadal, son ejemplos vivos de los mejores valores del deporte. Han sido los dueños indiscutibles del circuito, han estado en la gloria y han descendido a los infiernos y han vuelto a salir de los bajos fondos de su forma para, con la humildad del principiante y con un coro de envidiosos canturreando a su alrededor que ya estaban acabados, darle con la raqueta en las narices a los agoreros bien informados. Un saque preciso de Roger, restado con un revés marca de la casa Rafa. Una pelota y otra. Y una sonrisa. Y unos dientes apretados. Y el espectáculo de dos deportistas excepcionales.

Será normal, digo yo, que nunca se sabe, con estos dos monstruos y especialmente con Rafa, que la llama que ha prendido el Open de Australia no sea otra cosa que una propina extraordinaria para una carrera excepcional. ¡Pero qué propina, amigo! Cuando termino de escribir, no hay ganador del Abierto todavía. Es un partido para enmarcar. Y me da igual que hayas ganado, Rafa. No hay mayor triunfador. Y eso no lo cambia el quinto set.

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