La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Turismo borroka

Aprovechan el justificado hartazgo vecinal para desatar una injustificable violencia que conocemos bien

Muchas veces he escrito aquí sobre la indefensión de nuestra ciudad ante el creciente turismo de masas inflado por la caída como destino de los países del norte de África, el fin de la crisis y los vuelos de bajo coste (la historia del turismo, desde la aparición del ferrocarril y la navegación a vapor, es la de la revolución de las comunicaciones y la extensión del bienestar). El mal comportamiento de algunos turistas responde a la caída en picado de la educación en sus dos sentidos de urbanidad y de desarrollo intelectual y ético. La responsabilidad de los daños que el turismo de masas causa tiene que ver con la pasividad de las autoridades en la defensa del patrimonio, sobre todo el relacionado con la vida cotidiana. Y esta pasividad, a su vez, se justifica por la apremiante necesidad de los ingresos que el turismo procura. No sólo en ciudades sin tejido industrial, como Sevilla, sino en toda España: con la perspectiva de recibir este año 84 millones de turistas pretendemos arrebatar a Francia el primer puesto como destino, cuestión esencial porque para nosotros el turismo representa más de 110.000 millones de euros y supera el 11% del PIB.

Esta fuente de riqueza lo es también de problemas: desde la revolución industrial no hay crecimiento económico sin graves daños colaterales. ¿Estamos ante una burbuja similar a la inmobiliaria? ¿Es posible frenar los daños sobre el patrimonio y la vida cotidiana de muchos ciudadanos? Son problemas analizados desde hace décadas por organismos internacionales como la Unesco, tanto en lo que se refiere a espacios naturales como a ciudades históricas, que ahora nos tocan de lleno. Y que, dado el clima político de nuestro país tras el ascenso de partidos radicales, está generando minoritarias pero preocupantes reacciones violentas protagonizadas por los cachorros de la extrema izquierda nacionalista catalana, mallorquina o vasca.

Urge racionalizar el turismo de masas, socialmente imparable y económicamente necesario, para que no arrase nuestras ciudades. Y parar a los radicales que, en pura estrategia populista, mezclan hechos objetivos (el impacto sobre el patrimonio cotidiano y el desarraigo de los vecinos motivado por los más lucrativos pisos para turistas) y subjetivismo ideológico (el modelo turístico como síntoma capitalista) intentando aprovechar el justificado hartazgo vecinal para desatar una injustificable violencia que conocemos bien desde hace años.

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