Sé que, en realidad, el año de gobierno de Trump comenzará a contar en enero, cuando se cumpla ciertamente el primero desde que tomó posesión, pero, qué quieren que les diga, se me hace tan largo aguantar a este tipo ahí arriba que comienzo a lamentarme desde ya, pasado el umbral de su victoria electoral. No es tiempo ahora de lamentar de nuevo el resultado que apartó a los demócratas de la Casa Blanca ni para denostar, que no lo hice entonces ni lo haré ahora, a la candidata Hillary Clinton frente a su rival, hoy tristemente Presidente de los Estados Unidos. Siempre es oportuno, en cambio, regresar a la grandes presidencias más o menos recientes, que deben abrir una ventana a la esperanza de cambio dentro de tres años, larguísimos, inciertos e imprevisibles años con Donald Trump a la cabeza. Su antecesor, Barack Obama ofrece con muy pocos elementos herramientas suficientes para mostrar el camino y, siempre he sido un clásico, estos días se cumplen ya veinticinco años del primer triunfo electoral de Bill Clinton, cuyos mandatos sirvieron a Estados Unidos y a las democracias occidentales que lideran el mundo libre para dar un gran salto de calidad. Ellos pudieron.

Trump obtuvo sesenta millones de votos en las presidenciales y gobierna, o lo que sea, como un irresponsable. Ahí está y no puede evitarse, salvo que su torpeza propia o la inteligencia ajena nos regalen un improbable impeachment en este mandato. Los sesenta y un millones que votaron demócrata ofrecen alguna esperanza, tímida, y sobre todo constituyen una base sobre la que construir una candidatura alternativa a este remedo cómico de político peligroso. Sanders, Biden, Warren, en algunos casos Hillary, y hasta Zuckerberg suenan en los medios y aparecen, más o menos por ese orden, en las encuestas demócratas para liderar el ticket que se enfrente a Trump en 2020. Quizás es pronto aún para quemar un nombre que pueda tirar contra este histrión, pero sí es relevante construir una base política, cargada de ideas, ante el desgobierno del tweet, que aligera decisiones importantes y grava simples anécdotas, arriesgando con esos impulsos equivocados la situación política mundial.

De todas formas, ganar en los Estados Unidos no implica solo superar en votos populares al otro candidato porque puede no resultar bastante, como nos enseñó Florida con Gore y, especialmente, esta última elección. Es determinante ganar en votos electorales y eso requiere un esfuerzo estratégico en los estados que Obama conquistaba y Hillary no sedujo. Las costas no son suficientes. Hay tiempo para hartarse más aún de Donald Trump en la Casa Blanca y desperdiciarlo quejándose no alumbrará la oscuridad. Así que, manos a la obra, como los burros que no paran de trabajar y sacan, al final, agua de la noria.

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