Tontos útiles

No se sabe bien qué hacen los sindicatos apoyando una causa tan alejada de sus intereses

Más allá de las evidentes falsedades que sustentan el tinglado soberanista, raya la ofensa el hecho de que un país como el nuestro, en el que tanto el destierro por razones políticas como la emigración provocada por la pobreza o la falta de horizontes, de triste actualidad durante los años de la crisis que ha condenado a buena parte de la juventud española a buscar fuera de casa una perspectiva distinta a la de la precariedad permanente, tenga que ver cómo un puñado de frívolos señoritos, resguardados por privilegios inaccesibles a la mayoría, se autodefinen como los heroicos exiliados de un Estado autoritario. Y da hasta pereza aducir, porque hace tiempo que los líderes del independentismo han renunciado a que la realidad les estropee los discursos, que si España fuera la dictadura encubierta que ellos denuncian, apoyados por la facción más retrógrada de los nacionalismos europeos, no serían cuatro gatos sino cientos de miles los catalanes que habrían emprendido, como lo hicieron muchos de sus ascendientes -o mejor dicho de los nuestros, porque todos cruzaron juntos la frontera, y en condiciones, por cierto, bastante lamentables- el entonces sí muy duro camino del exilio.

Ya hemos hablado otras veces de lo incomprensible de la alianza, non sancta o contra natura, entre la burguesía nacionalista y el heterogéneo conglomerado que agrupa a los pretendidos revolucionarios, cuyos abuelos, que no lo eran de pacotilla, solían andar a tiros con los pistoleros de la patronal por las calles de Barcelona, pero lo realmente insólito es que quienes dicen representar a la izquierda en el resto de la península simpaticen con las demandas insolidarias de un movimiento -como tal funciona, casi al margen ya de los partidos- cuyos argumentos e ideología remiten a la pura caverna. Es verdad que la escenificación tiene un punto de farsa, como si los protagonistas no ocultaran que están actuando, de ahí que se sorprendan cuando son acusados de delitos muy graves en cualquier democracia y que llegado el momento de hacer frente a su responsabilidad huyan o traten de limitar el desafío a un terreno simbólico, pero tanto si están dispuestos, que no lo parece, a darlo todo por la independencia, como si la insubordinación se reduce a estrategia, nada une a los blandos aventureros de hogaño con los verdaderos presos políticos del franquismo o con los leales republicanos que sobrellevaron desde el exilio, mientras el capital catalán prosperaba como nunca, la nostalgia de España. No se sabe bien qué hacen los sindicatos, cuyos militantes más veteranos no pueden ignorar la diferencia, apoyando una causa tan alejada de sus intereses.

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