Ajenas las medusas: al metal del olvido, al misterio del andén, a las sangres de abril, ajenas las medusas en su danza de tiempo, en el acorde de su gravedad, ajenas al despertar del ogro, al guiño del misil, al método del suicida, a la falsa levedad, herméticas en su preservación de enigmas ancestrales, heridas por los desequilibrios del océano, sufrientes de exilios y calentamiento global, ellas saben el próximo error y la próxima guerra y han hecho su ballet de horas perdidas mientras Yuja Wang les tocaba Chopin: eróticas, vanguardistas, románticas las medusas en su desplante, en su ofrenda, convergentes con la música en un ápice de magnetismo que se parece hermosamente a un desvelo.

La poética de la medusa es el florecer insólito y el extrañamiento súbito, así como en repliegues que parecen bélicos, la poética de la medusa es una táctica de avance y retroceso, de giros sentimentales en la densidad límite de una desmemoria, un instinto de edades que nos dice la percusión exacta de la fugacidad, una lenta electricidad melódica, Yuja Wang toca como una medusa y les ha dado un preludio de Chopin como quien le da la trama a un narrador sin trama o la metáfora a un poeta sin luz.

Saben el calambre inmediato y la cadencia final pero están en su ajenidad de juego y enfado, distraídas con Chopin, sensuales sin radar, erráticas en su vapor de tiempos muertos, perfeccionando su vals como quien inaugura una elasticidad, las medusas básicas y peligrosas, remotas y retraídas en su rayo de timidez y su forma de sabiduría. Quién pudiera en su idioma ensayar la palabra/gesto definitiva para no dejar tuerto el resumen, para ofrecer un legado, para combatir con dignidad, con imaginación y con certeza de la derrota a los políticos de invierno.

Quién fuera ese receptor de la medusa por donde Chopin se hace medusa, calambre de aguas y lunas, romanticismo aleve en el compás de un milagro, quién fuera un dedo de Yuja Wang, medusa en mares de zafiro y epilepsia, medusa del viaje, oceánica y global, transparente y grávida, fugitiva de soles y Mediterráneos, ese dedo que le dice al mundo el clamor de las medusas mudas con trastorno de jet lag y afinación de réquiem.

Ya siempre que escuche a Chopin pensaré en medusas y siempre que vea una medusa pensaré en Yuja Wang, y si me pica una medusa en Torrox pensaré que es Yuja diciéndome su Chopin, hiriéndome de Chopin como en una insinuación de músicas carnales o de odios en asedio, y de esa ambigüedad nacerá otra música con vocación de delirio y el picor en la piel, caricia que duele, será como un fuego original.

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