Sol y olvido

Córdoba fragmentaria, muchas 'córdobas' cada cual a su bola, a las que al menos el sol unifica benéfico

Los puestos de caracoles ya están instalados por muchos puntos de la ciudad, listos para la inminente apertura. Y, como símbolo que son de la primavera cordobesa, llegan acompañados del buen tiempo, faltaría. Ayer mismo ya se pudo disfrutar de una tarde primaveral, una tarde templada perfecta para el paseo, con algunas nubes pero también con sol radiante a ratos y con esa luz tan nuestra que ya no es de invierno sino que comienza a ser otra cosa. Llegan por ello los días más largos, la vida en la calle, con el carnaval a punto y la Semana Santa al fondo, celebraciones que cada año nos avisan de que el invierno se acabó. Porque, sí, el invierno, aunque aún pueda amenazarnos con un par de lametones gélidos recién amanecidos, está listo de papeles y pronto será historia. Córdoba se encamina por ello hacia la mejor etapa del año, y es el caso es que sale de los fríos también un poco helada, paralizada en los hondos silencios de unos meses que han estado marcados por la inoperancia de unas instituciones que siguen lastradas por la falta de dinero y la ausencia de ideas y el profundo parón económico que se produce en la ciudad una vez se acaba el periodo de compras navideño y el de las rebajas. Lo que se aprecia como siempre es que la economía sigue sin lanzarse, y al menos cabe esperar que la primavera suponga un estímulo que, como siempre, liderará el todopoderoso sector turístico. La vida cordobesa sigue en cualquier caso demasiado igual, demasiado metida en su rueca somnolienta y monocorde, así que no queda otra, a pesar de los sueldos de risa y las angustias de tantas familias trabajadoras, que acogerse al buen tiempo como regalo que nos dan los cielos para combatir estas desidias depresivas de una ciudad en la que ni los políticos se ponen de acuerdo ni la sociedad civil tampoco, como se ha visto hace unos días con el asunto de la sanidad. Córdoba fragmentaria, muchas córdobas cada cual a su bola, a las que al menos el solecete unifica y facilita con ello el olvido de la tantísimas cosas que hay que olvidar para que la sangre no se envenene. Sol benéfico y añorado en el que se hace fácil eso tan nuestro de vivir sin siquiera pensar.

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