Sevilla paralizada

Sólo se vislumbra la burbuja turística como bálsamo de Fierabrás que todo lo tapa y cura todos los males

Aveces pienso si Sevilla, mi ciudad, en la que he nacido y en la que vivo, es así o no es más que un invento literario. Hay urbes que no son más que aglomeraciones urbanas incontroladas y otras que funcionan como auténticas ciudades. En Sevilla ni lo uno ni lo otro. Por eso, es posible que la idea que muchos tenemos de nuestra ciudad no se corresponda con la realidad y no sea más que una ilusión, un espejismo o, por decirlo de forma más amable, un invento literario, una entelequia.

Son muchos los adjetivos que le han adjudicado los que se han ocupado en escribir sobre ella: insólita, eterna, oculta. Otros la han llamado Puerta de América, Nueva Roma, Tierra de María Santísima. Sevilla, mejor dicho los sevillanos, tan amantes del elogio, nos regodeamos en ello y damos muestra continuamente de un exacerbado narcisismo. Ello nos hace ser desdeñados y admirados por el resto de Andalucía y de España a partes iguales.

Si tuviese que buscar un calificativo para la Sevilla actual, éste sería el de paralizada. Nuestra ciudad está gravemente afectada de parálisis desde hace más de un siglo y la enfermedad, que ya se ha hecho crónica, no tiene visos de solución. El mal trato que sufrió durante la dictadura no ha mejorado con la llegada de la democracia. La capitalidad autonómica, lejos de ayudar al despegue definitivo de la ciudad ha servido para llenarla de un funcionariado que no la ama y que sólo tiene en ella su residencia provisional y su modus vivendi. La poca industria que había se ha desmantelado, el pasado agrícola no se ha adaptado a los tiempos y sólo se vislumbra la burbuja turística como bálsamo de Fierabrás que todo lo tapa y cura todos los males.

La ciudad, a falta de proyectos serios y de futuro, todo lo confía a la celebración de acontecimientos y a la conmemoración de efemérides. La exposición del 29, lejos de servir para que la ciudad entrara definitivamente en el siglo XX, dejó gran cantidad de edificios y deudas que el ayuntamiento hubo de asumir y la del 92 fue un canto de cisne que no ha tenido continuidad, antes al contrario, ha servido de excusa para reducir al mínimo posteriores inversiones. Ahora toca el año Murillo. Mientras tanto, la ciudad, abstraída en sí misma, parece ocuparse tan sólo de sus equipos de fútbol y del cambio de itinerarios de la Madrugá o que las hermandades del Martes Santo hagan al revés la carrera oficial.

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