De niño, o más bien de preadolescente baturro, me hice una fotografía con la imagen del Rey Juan Carlos que hay (o había) en el Museo de Cera de Madrid, santo paraíso de los superhorteras hispánicos. La imagen anduvo por ahí y al verla un par de décadas después me quedé espantado, porque ni yo me parecía ya nada a ese chaval moreno ni el Rey de cirio se parecía al hoy Rey jubileta. Yo por el físico, claro, que los kilos y las canas llegaron, y él por el todo un poco, porque la vejez hizo lo suyo en su porte de Borbón campechano y porque los tiempos cambiaron mientras se iban cruzando con la Corona elefantes africanos, cínicos urdangarines y 'corinas' rubiascas. Una historia triste en realidad, metáfora de algo esencial en la vida del hombre como es el desencanto, la pérdida de lustre y brillo de todo cuanto acontece, pero no tan tétrica como la que hemos visto esta misma semana. Porque una cosa es tener al Rey jugando al dominó en el Centro de Día de las monarquías europeas con Juan de Luxemburgo y similares y otra bien distinta no llamarlo siquiera en la jornada en la que se recordaba el 40 aniversario de las primeras elecciones. Dicen que al monarca, que tenía el día libre en su agenda, la no invitación le ha sentado como un tiro, y es de comprender si se echa un vistazo ese libro arrugado que es la historia reciente. Porque no seré yo quien diga el monarca no ha cometido errores, pero tampoco quien sea tan estúpido de no advertir que en la decisión de su vida que más nos afectaba acertó. El mundo relator españolito, el de los falseadores en provecho propio, seguro que dirá que pasase lo que pasase, hiciese el Rey lo que hiciese en los 70, España habría llegado a la democracia por la fuerza, con lo que dan a entender que su acierto no lo fue. Pero lo mismo decían los comunistas en los años 40 sobre el Franquismo, que su fin era inminente, y por bien poco no ven caer antes a la URSS que al tirano. Especular con la historia es fácil, pero a mí no hay quien me quite que el Rey emérito, tuviese luego las debilidades que tuviese, libró a este país de un baño de sangre, lo metió en el siglo e incluso le abrió la puerta a una hipotética III República. De bien nacidos es ser agradecidos, y yo lo soy. Sin olvidar 'corinas' y 'urdangarines' pero sin olvidar tampoco que si no hubiese hecho el Rey lo que hizo quizá yo hoy no estaría escribiendo con la libertad que escribo. Juan Carlos I pertenece por tanto a la Historia viva de este país, con sus luces y sombras, y no al museo de cera espectral al que lo quieren mandar lo del relato maniqueo. Los que ven en mundo en blanco y negro, que cantaba Rosendo, y que en verdad sólo ven lo que sus prejuicios quieren ver.

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